@1. Ya no soy Sam

244 26 4
                                    




Todos dicen que la vida esta echa para aprovecharla, ser feliz, hacer lo que te gusta.

Sam le daba mil vueltas en su cabeza a esa teoría (como a todo) y se repetía una y otra vez que si al final todo se trataba de ser feliz, ¿por qué tenía que ir al instituto? Si era algo que le hacía sentir totalmente lo opuesto.

Ella era el tipo de chica adolescente que prefería quedarse en casa, ver películas y series en NETFLIX con un buen chocolate caliente en la mano mientras llovía en la calle y las gotas repiqueteaban contra la ventana (¿a quién no le gusta eso?). Leer, dormir, Internet... E infinitas mil cosas más que no tenían nada que ver con relacionarse personalmente con nadie de su ciudad, ni nadie que exista físicamente. Esto último le provocaba tal nivel de ansiedad que a veces creía que se moría.

Todo eso le hacía muchísimo más feliz que despertarse temprano para ir a un sitio donde se supone que aprendes, haces amigos y te diviertes mientas te labras un futuro brillante. Cuando en realidad se trata de un infierno de prejuicios en el que simplemente aprendes que a la hora del almuerzo no debes sentarte con Darren Wilson, Sara y sus otros secuaces.

Y sí, puede ser que el que inventó la educación obligatoria lo hiciera con buenas intenciones, pero desde luego, su sueño de un paraíso educativo se fue al garete en cuanto entraron profesores incompetentes y alumnos monstruosos. Bajo el punto de vista de Sam, la educación se encontraba en un punto decadente. Es por eso por lo que, hacía un par de días, decidió no asistir más a clase. Como leéis.

Por supuesto sus padres ni siquiera se enteraban. Cada día al despedirse de ellos iniciaba una supuesta marcha hacia el instituto, unas siete manzanas más arriba de su casa. Pero lo que sus padres no sabían era que Sam ya no entraba por esa puerta carcomida por el óxido. Sino que una manzana antes de llegar, torcía a la izquierda y caminaba hasta una calle que normalmente estaba desierta.

La calle podía parecer siniestra a primera vista, pero Sam ya se había acostumbrado. Se sentaba en uno de los múltiples bancos de madera dispuestos a lo largo de la calle, que seguramente fueron puestos allí para darle un poco de vida a la calle con un notable fracaso. Pues la única señal de vida allí era Sam y algún que otro pájaro posado sobre los cables de electricidad de los vecinos.

Pero a ella ya le iba bien. Una chica de dieciséis años vagando por las calles de esa pequeña ciudad en horario escolar llamaba demasiado la atención, así que debía evitar tener muchos ojos puestos en su persona. Y os preguntaréis ¿si tan solo se limitaba a sentarse en un banco y mirar las musarañas, por qué no va al instituto que es exactamente lo mismo? Y la respuesta estaba entre sus finos dedos: El móvil. En clase estaba rotundamente prohibido, mientras que allí no.

Hacía más o menos un mes que Sam había descubierto Twitter (aunque en realidad ya sabía de él).

Todo empezó una tarde más, al llegar de clase después de un día de mierda con Sara y sus estúpidos comentarios que la hacían sentirse el peor desecho de la humanidad. Sam se sentó frente a su ordenador. Sí, quizá se le escapaban algunas lágrimas. Y es que su impotencia llegó a tales niveles que necesitó encontrar alguna respuesta a las cosas que pasaban en su vida, pues no entendía nada.

Desesperada y simplemente para desahogarse, aunque fuese con la barra buscadora de Google, escribió:

¿Por qué no entiendo mi vida?

Salieron millones de resultados como "¿por qué no entiendo el acento americano? O "¿por qué no entiendo a mi novia?" Obviamente ninguno de esos resultados le servía de nada a menos que quisiera irse a américa a tener una aventura lésbica. Googleó de nuevo:

Mi vida es una mierda.

Y esta vez salieron cosas muy distintas a las anteriores. Muchos de los resultados eran de Yahoo respuestas, blogs... y Twitter. Le picó la curiosidad justo en este último enlace y acabó en una cuenta de Twitter llamada Lana, la cual había publicado la misma frase que Sam había buscado hacía escasamente un minuto atrás en Google. Otra vez, la curiosidad pudo con ella, i después de 20 minutos husmeando en el perfil de Lana, descubrió que se sentía perfectamente identificada con todos los demás tweets que había debajo. Y descubrió además que aquella cuenta solo era una de cientos. Sí, cientos de perfiles de twitter anónimos que descubrió gracias a los retweets de aquella cuenta.

Era una gran red de perfiles donde la gran mayoría compartía sus pensamientos y vidas de mierda. Justo como la de Sam. Era como una ciudad online de gente anónima que se sentía de la misma manera que ella y se desahogaban a base de tweets de no más de 140 caracteres.

Sam recordaba haber tenido twitter, se lo hizo hacia un par de años, pero lo tenía totalmente abandonado, ni siquiera se acordaba de como era su usuario. No le había encontrado utilidad hasta ahora.

Pensó durante muchos días sobre ese sitio y al final decidió crear una cuenta anónima (como todas aquellas) para desahogarse y dejar libre su cabeza, que tanto tiempo estuvo recluida por el miedo a el qué dirán.

Siempre había odiado su nombre, sus padres se lo pusieron porque era un nombre mixto y si salía niño o niña no tendrían que pensar demasiado (sí, muy originales), por lo que decidió inventarse otra manera de ser llamada: @NotSamAnymore

A partir de este momento su vida cambió por completo.

Twitter MadnessOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz