Parte 11

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Al despertar, Anya acomodó su cabeza sobre la suave almohada, todavía sin atreverse a abrir los ojos. Notó tres cosas. Primero, que no le dolía la cabeza como había esperado después de los tragos que bebió. Segundo, Edward estaba acostado a su lado. Lograba escuchar su respiración cerca y estaba segura de que lo tocaría si extendía el brazo. Tercero y último, estaba vestida, lo que indicaba que no hicieron el amor.

Anya abrió un ojo y no se sorprendió al toparse con la mirada dorada de Edward. Como supuso, estaba acostado a su lado.

―¿Estás enfadado conmigo?

Edward le apartó el cabello de la cara con suavidad.

―¿Tengo motivos para estarlo?

―No.

―No te saltarás esta conversación.

Anya se sentó en la cama y apartó la sábana que la cubría.

―¿Por qué tenemos que discutir por esto? Nadie salió lastimado y ambos lo disfrutamos.

―Anya, lo que hiciste fue muy arriesgado ―declaró él con dureza.

La pelirroja observó que la tela de su vestido, seda color champán, estaba totalmente arrugada. Suspiró y se acercó al borde de la cama.

―¿Esperas que me disculpe?

―No. Me tomaste desprevenido y apreciaría que no lo hicieras de nuevo.

Anya se levantó de la cama con el entrecejo fruncido. Se acomodó el vestido y se volteó a mirarlo con las manos apoyadas en las caderas.

―Ya accedí a tomar las decisiones importantes con tiempo. No voy a hacer lo mismo con mi vida sexual.

―Nuestra vida sexual ―corrigió Edward.

―¿Nuestra? Que raro. Me parece que si fuera por tí no existiría ―soltó un exclamación entre dientes y miró alrededor de la habitación en busca de su mochila con la muda de ropa que había preparado. La vio sobre el diván apoyado contra la pared, al otro lado de la habitación―. Mira, Edward. No voy a disculparme porque no me arrepiento. Te amo. Te corriste en mi boca y tendrás que aceptarlo.

La pelirroja fue por su mochila y se metió al baño. Cerró la puerta y se acercó al espejo. Lo que quedaba de su maquillaje era el rimel corrido bajo sus ojos. Se tomó su tiempo para limpiarse la cara y luego se lavó los dientes. Se ocupó de sus necesidades biológicas y finalmente se desnudó. Colgó su vestido de seda por el tendedero vacío y sacó una toalla del mueble bajo el lavabo.

Después de comprobar que el agua estuviera caliente, Anya se metió bajo la caída de agua con los pensamientos revueltos. Se sentía molesta por la actitud de Edward y, por sobre todo, decepcionada. En ese momento deberían estar acurrucados, aprovechando que la esperaban en su casa recién hasta la tarde. Sus padres creían que se había quedado en casa de Gema y no sería seguro seguir usando a su mejor amiga de excusa para sus escapadas con Edward.

Se aplicó un poco de jabón líquido en la mano y se enjabonó el cuerpo mientras recordaba lo que había sucedido la noche anterior.

Anya consideró que tal vez no había sido la mejor idea decidir vestirse como una mujer fatal para el baile. Edward se había pasado la noche celoso, pegado a su lado y espantando cualquier mirada coqueta que los chicos le habían dirigido.

Cuando se anunció que el tema del baile de fin de año sería Montecarlo, con Gema decidieron vestirse con glamour. Si los hombres podían simular la sofisticación de un agente secreto, las mujeres podían vestirse como los personajes femeninos con la belleza y astucia para seducirlos. Les tomó toda la tarde conseguir el maquillaje cargado y perfecto que se veía en las películas. Se plancharon el pelo y se pusieron sus vestidos de seda, chal con plumas y tacones. Gema escogió un vestido de color negro y un chal blanco. Anya se vistió de color champán, con un chal de plumas gris.

La vecina de BELLA SWAN | Edward CullenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora