CAPÍTULO CUATRO

189 18 0
                                    

Opiniones contrarias

Una tarde, al caer el sol, Jane Andrews, Gilbert Blythe y Ana Shirley vagaban junto a una cerca a la sombra de las ramas de los abetos que el viento agitaba suavemente, allí donde un atajo conocido como el Camino de los Abedules llegaba al camino real. Jane había ido a pasar la tarde con Ana, quien la acompañaba parte del camino de regreso; junto a la cerca encontraron a Gilbert y, en aquel momento, los tres estaban charlando sobre el funesto mañana, pues ese mañana era el primero de septiembre y comenzaban las clases. Jane iría a Newbridge y Gilbert a White Sands.

-Tenéis una ventaja sobre mí -suspiró Ana-. Enseñaréis a niños que no os conocen, pero yo tengo por alumnos a mis propios condiscípulos y la señora Lynde dice que tiene miedo de que no me respeten como lo harían con un extraño, a menos que sea muy severa desde el comienzo. ¡Oh, me parece una responsabilidad tan grande!

-Sospecho que nos irá bien -dijo Jane en tono reconfortante. Ella no estaba turbada por la aspiración de ejercer una influencia benéfica. Tenía intención de ganarse honradamente el sueldo, gustar a los síndicos y conseguir que su nombre estuviera en la lista de honor del inspector escolar. No tenía más ambiciones-. Lo principal es mantener el orden y un maestro debe ser severo para conseguirlo. Si mis alumnos no hacen lo que les digo, les castigaré.

-¿Cómo?

-Dándoles una buena azotaina, desde luego.

-¡Oh, Jane, no lo harás! -gritó Ana sorprendida-. ¡Jane, no podrás!

-Desde luego que sí, si es que lo merecen -contestó Jane decidida.

-Yo jamás podría azotar a un niño -dijo Ana con igual decisión-. No creo en absoluto en esas cosas. La señorita Stacy nunca nos azotó y mantenía un orden perfecto, y el señor Phillips siempre lo hacía y no guardaba orden alguno. No, si no puedo seguir adelante sin azotes, renunciaré a la enseñanza. Hay mejores modos de manejar alumnos. Trataré de ganarme su afecto y entonces ellos querrán hacer lo que yo les diga.

-Supongamos que no fuera así -dijo la práctica Jane.

-De todos modos no les azotaría. Estoy segura de que no serviría para nada. Querida Jane, no azotes a tus alumnos, no importa lo que hagan. -¿Qué piensas sobre esto, Gilbert? -preguntó Jane-. ¿No te parece que hay niños que merecen unos azotes de vez en cuando?

-¿No te parece que azotar a un niño... cualquier niño... es cruel y bárbaro? -exclamó Ana, con la cara enrojecida por el ansia.

-Bueno -dijo Gilbert lentamente, dudando entre sus convicciones y su deseo de estar a tono con el ideal de Ana-, las dos estáis equivocadas. Yo no creo que deba azotarse mucho a los niños. Creo, como tú dices, Ana, que hay mejores maneras de manejarlos y que el castigo corporal debe ser el último recurso. Pero, por otro lado, como dice Jane, creo que hay niños a los que no queda más remedio que dar algún que otro azote de vez en cuando. Mi regla será: el castigo corporal como último recurso.

Gilbert, al tratar de complacer a ambos bandos, no consiguió, como suele pasar, quedar bien con ninguno. Jane movió la cabeza.

-Azotaré a mis alumnos cuando se porten mal. Es la manera más corta y fácil de convencerles.

Ana echó una mirada de desilusión a Gilbert.

-Jamás azotaré a un niño -repitió con firmeza-. Estoy segura de que no es ni correcto ni necesario.

-Supón que un muchacho te contesta cuando le mandas que haga algo -dijo Jane.

-Le haré quedar fuera de hora y le hablaré con firmeza y bondad -dijo Ana-. Todas las personas tienen algo de bondad si uno es capaz de encontrarlo. Es deber del maestro descubrirlo y desarrollarlo. Eso es lo que nos dijo nuestro profesor de Pedagogía en la Academia de la Reina. ¿Crees que podrás encontrar algo de bueno en un niño si lo azotas? Es mucho más importante enseñar la bondad a los niños que las ciencias, dice el profesor Rennie.

Ana de la Tejas Verde: una amistad para siempre (libro 2)Where stories live. Discover now