孤 独 • ❀

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—¡Kuu-chan~!

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—¡Kuu-chan~!

Kurumi se agachó y miró bajo la cama de su hijo. Nada, no había ni rastro del pelirosa por ningún lado.

—¡Kuu-chan~!

—Cariño, ¿qué sucede? —El señor Saiki entró en la habitación al percatarse de que su esposa llevaba ya un buen rato recorriendo los alrededores de la casa.

—¿Has visto a Kuu-chan? Estaba aquí con sus amigos hace un momento, pero cuando subí a traerles la merienda ya no estaban.

—Qué raro. —Kuniharu se rascó la nuca—. ¿Ya viste si están jugando en el patio?

Lo que ambos adultos no se imaginaban es que, mientras hablaban, tres niños aguantaban la respiración escondidos en el armario contiguo a ellos.

Se le había ocurrido a Yui jugar al escondite, pero cuando ninguno quiso contar (y habiendo descartado el piedra, papel o tijera por una clara ventaja del pelirosa), Asumi propuso que hicieran que los señores Saiki los buscaran; al primero que encontraran era el que tenía que contar en la siguiente ronda. 

—Pero no puedes usar tus poderes Kusuo. —dijo la pequeña castaña mientras aclaraban las reglas— ¡Si los usas tendrás que compartirme todos tus dulces!

El problema es que, al segundo de decir eso, escucharon a la madre de Saiki subir al cuarto con la merienda, por lo que entraron en pánico y todos se escondieron en el mismo lugar.

—Así no tiene sentido, nos encontrarán a todos al mismo tiempo. —razonó en voz baja Asumi.

—Shhh, te van a escuchar. —lo regañó Yui.

Entonces las puertas del armario se abrieron de par en par.

—¡Aquí están! —gritó el señor Saiki—. ¿Uh?

—¿Qué pasa, cariño? —Kurumi se acercó al castaño, agachándose a su lado y viendo el armario vacío.

—Qué extraño, juraría haber escuchado a los niños aquí. —se rascó la cabeza, confundido.

Mientras tanto, en algún lugar perdido entre el Océano Pacífico, tres niños aparecieron de repente.

—¿¡Eh!? —Yui se sorprendió al ver a su alrededor el mar. Asumi por su parte, al ser teletransportado, perdió el equilibrio y cayó de espaldas en la arena, levantando una pequeña nube de polvo dorado.

Parecía ser una especie de isla desierta, con palmeras esparcidas aquí y allá, hojas balanceándose suavemente con la brisa marina. El agua azul turquesa rompía suavemente contra la orilla en donde un cangrejo se escondía en su caracola y un grupo de gaviotas volaba en círculos sobre ellos.

—¡Kusuo! Dijimos que no podías usar tus poderes, ahora me debes todos tus dulces —lo señaló con el dedo mientras sonreía, ella también adoraba los dulces.

—Los usé en todos, estamos en igualdad de condiciones. —Se excusó sin cambiar su expresión.

—¿Y por qué a una isla? —preguntó Asumi, sacudiéndose la arena de la ropa.

Hubo un pequeño silencio. 

Entré en pánico. ­

Los otros dos niños lo miraron con los ojos en blanco.

—Bueno, ya da igual, no podemos volver aún, ¿verdad? Tenemos que esperar diez minutos para que puedas volver a usar la teletransportación —preguntó el niño rubio, mientras miraba al mar frente a él.

El joven psíquico asintió con la cabeza y bajó la mirada, apenado.

—No importa. —Yui sonrió para confortar a su amigo—. Esto es mejor, ¡exploremos la isla! —empezó a caminar hacia el mini bosque que había allí.

—Y después podemos hacer un castillo de arena. —comentó Asumi mientras la seguía.

—¡Así es! En eso sí podrás usar tus poderes, Kusuo. ¡Haremos el mejor castillo de arena del mundo! 

Ambos niños adoraban los poderes psíquicos de su amigo; siempre podían hacer cosas nuevas y maravillosas que otros niños solo podían imaginar. El pequeño Saiki sonrió y asintió mientras los seguía. 

En verdad, le gustaba jugar con sus amigos. 

Eran buenos tiempos

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Eran buenos tiempos.

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S O L E D A D『𝚂𝚊𝚒𝚔𝚒 𝙺𝚞𝚜𝚞𝚘 𝙽𝚘 𝙿𝚜𝚒 𝙽𝚊𝚗 Ψ』Donde viven las historias. Descúbrelo ahora