𝐗𝐕𝐈. 𝐔𝐧 𝐩𝐞𝐪𝐮𝐞ñ𝐨 𝐝𝐨𝐥𝐨𝐫 (ᴘᴀʀᴛᴇ 1)

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—Habla, pues —Tommy incentivó a su hermana ya que, de repente, ésta parecía carecer de palabras y tenía los ojos fijos en las baldosas del suelo.

—Primero, tengo que confesarte que me estoy aprovechando de tu estado —reconoció Ada—. El saber que no eres capaz de cometer una locura por estar postrado en una camilla, ayuda a que sea capaz de hablar. Te adoro, Tom. Eres mi sangre, mi hermano —los ojos de Ada comenzaban a inundarse en lágrimas—, y sé que más allá de todo, tú también nos quieres. Por eso haces lo que haces, porque quieres lo mejor para los Shelby, y nosotros te hemos pagado con mentiras y traiciones.

—Ada, no soy un santo —aquel discurso lo ponía nervioso—. Tú lo sabes mejor que nadie, así que deja de justificar mis acciones y habla, por favor —se sorprendió rogando.

Ada inhaló y exhaló un par de veces antes de poder pronunciar palabra alguna. Seguía sin poder mirarlo directamente y balanceaba los pies de forma nerviosa.

—Olivia ya no existe, esa es la única verdad.

—Pero...

—Déjame terminar —Ada lo detuvo elevando el dedo índice—. Olivia Westerling, como tú la conociste y como la conocimos todos, ya no está entre nosotros. —Tommy se percató de que la mano de su hermana temblaba de forma preocupante—. Ahora, lleva otro nombre.

Tommy tosió al percibir que se ahogaba con su propia saliva. Se retorció en la camilla mientras las costillas rotas se sacudían en su costado, causándole un dolor casi intolerable. Pero nada se comparaba a la puñalada que Ada le había propiciado en el medio del corazón: la daga, que no había sido de metal sino de una verdad que ya conocía, se había incrustado en el músculo cardíaco, matándolo al instante. Su muerte, que para su desgracia no era real ni tangible, implicaba la pérdida de confianza, el odio incontrolable que de repente sintió por su hermana pequeña, la niña que siempre había adorado y protegido, incluso más que a cualquier otra persona.

Por primera vez en sus cuarenta y un años de vida, Thomas Shelby no supo qué decir. No podía formular frase alguna y, cuando el ataque de tos finalizó, se permitió llorar, humedeciendo la venda que le cubría el ojo derecho. Ada lo observó, también llorando y en silencio.

—De Polly, lo hubiese esperado —por fin, las palabras manaron de su garganta—. De Olivia, puede que también, pero ti... de ti, Ada, jamás...

—Lo hice por mi amiga, Tom —Ada se apresuró a hablar—. Sé que no eres capaz de entender pero a tu lado, ella corría mucho más peligro del que te imaginas. Al principio, Olivia no parecía ser consciente de ello pero a medida que las cosas se fueron complicando... —Ada sollozó—. Dios, Tom. De verdad estaba en peligro. Tenía que irse, tenía que dejarte. Tenía que empezar de cero. Era eso o morir.

—¿Dónde está?

"¿Dónde está?" había sido la pregunta que había sabido plantear aquella noche fría y lejana, cuando Polly lo llamó para informarle de la muerte de su Olivia. Aquella había sido la pregunta que había pronunciado con el alma hecha pedazos frente a la casa de ladrillos, creyendo que dentro de la misma estaba el cuerpo sin vida de la mujer que amaba.

Todo, absolutamente todo, había sido una vil mentira.

—No lo sé, y por favor Tom, créeme. —Ada sorbió por la nariz—. Me enteré que Olivia seguía con vida al día siguiente. Mi reacción, la que viste aquella noche, fue real, Tommy. Yo también pensé que estaba muerta.

—¿De quién fue la idea? —Tommy ya conocía la respuesta.

—De Polly... y de Michael.

Se consideró un imbécil por no habérselo imaginado desde un principio. Su tía se veía a sí misma como responsable del bienestar de Olivia desde que supiese encariñarse con ella y ésta le salvase la vida a su hijo; Tommy conocía a Polly y sabía que ella no estaba dispuesta a perder a nadie por culpa de su sobrino y, si proteger a Olivia implicaba mentirle descaradamente a la cara, lo haría sin que le temblase la voz.
Michael, por su parte, amaba a Olivia y haría cualquier cosa para alejarla de él, así como había hecho cualquier cosa para adueñarse de su empresa, de sus negocios y de su banda. No asumía el hecho de que Olivia prefiriese a Tommy antes que a él, que lo hubiese rechazado incontables veces por serle fiel a Tommy y que, incluso con la promesa de una vida tranquila, ella hubiese elegido el futuro incierto y caótico que solo Tommy podía brindarle.

—¿Sus padres también fueron cómplices? —recordó a Jane Westerling en su casa de Whitechapel, padeciendo una congoja incapaz de ser fingida.

—No. Sus padres creen que de verdad murió —Ada se frotó los ojos— y eso fue lo más difícil. Por lo que me dijo Polly, Olivia no quería lastimar a sus padres.

—Pero los lastimó de todas formas —Tommy veía injustificables las acciones de la mujer que supo amar.

—No la comprendes, ¿verdad? —a su hermana le dolía el enfado que Tommy sentía hacia Olivia— Por eso debías de leer los diarios primero, porque solo de esa manera serías capaz de entender sus motivaciones.

—¿Y cuáles fueron sus motivaciones, Ada? —cuestionó Tommy. El salitre en las lágrimas hacía arder su heridas— Dime, ¿qué puede llevar a una persona como Olivia a comportarse de una manera tan rastrera? Lo entendería de cualquiera de nosotros, por lo que somos, pero Olivia... ella parecía ser diferente.

—Lo es, Tom. Ella es diferente. Siempre lo fue. —Ada le tomó las manos—. Sus motivaciones, además de las respuestas a todas tus preguntas, tendrás que conocerlas tú a través de sus diarios. Me niego a seguir facilitándote las cosas porque lo único que estoy logrando es que odies a Olivia.

—Me gustaría odiarla —confesó y vio a Ada fruncir el ceño con preocupación—. Me gustaría aborrecerla porque es lo que se merece —había dejado de llorar y de la herida en su corazón no brotaba sangre, sino rencor—, pero no puedo.

—Tom —lo llamó su hermana con la voz desbordante de empatía—, si Olivia cruzase esa puerta ahora, ¿qué le dirías?

No supo a qué venía el planteamiento de aquella situación hipotética pero, girando un poco su cabeza hacia la puerta, Tommy se imaginó que Olivia estaba allí.

—Le diría que la amo como jamás amé a ninguna mujer.

—¿La perdonarías?

—Sí.

—¿La entenderías? —Ada entornó los ojos— ¿La dejarías ir?

—Sí, pero me iría yo con ella.

Ada suspiró y parándose, se dirigió hacia el diario que la enfermera había dejado sobre una silla. Tomó asiento y se secó las lágrimas con la manga de la blusa.

—¿Por dónde ibas? —preguntó entonces, buscando entre las hojas.

—Creo que era la entrada del ocho de junio. Cuando Michael y yo casi terminamos a los tiros en mi despacho —Tommy sintió fuego en el pecho al pronunciar el nombre de su primo.

—Bien. Lo recuerdo —asintió Ada mientras Tommy cedía ante el entumecimiento que le provocó el enterarse de una verdad que hasta entonces solo su corazón creía posible— ¿Te parece si empiezo a leer la entrada siguiente?

Tommy asintió mientras cerraba los ojos y permitía que el cuerpo se le hundiese en la cama. En su interior, clamó por una pronta recuperación y le rogó a la vida que hasta hace un rato había aborrecido, que le diera fuerzas para salir de ese hospital en busca de Olivia.

𝐁𝐎𝐑𝐍 𝐓𝐎 𝐋𝐎𝐒𝐄 | Tommy Shelby  x  OCWhere stories live. Discover now