Capítulo 24

19.6K 1K 572
                                    




Oscuridad, todo era oscuridad. Trató de abrazar al señor león contra su pecho, pero no lo halló a su lado, cierto, el peluche de león se había perdido hacía unos días... y ahora estaba sola en el medio de esa oscuridad.

Si había algo que odiaba era el encontrarse rodeada de esa impenetrable aura negra, el no poder ver ni la punta de sus dedos, ¿qué hora era, ya había anochecido?, ¿y Max, se había ido, la había dejado?, o acaso, ¿había sido todo una alucinación, Maximus o su padre nunca la habrían encontrado?

Movió una mano, suavemente, apenas unos centímetros más allá de su posición, suave, se sentía suave al tacto, y cálido, estaba en una cama. Entonces no pudo haber sido una alucinación o un sueño para el caso.

Se armó de valor y de un brinco salió de la cama, corriendo hacía donde creyó que se encontraría la puerta, cuando la abrió la recibió la tenue luz del pasillo, lo cual fue un alivio para su temeroso cuerpo.

Curiosa se asomó completamente, hallando el lugar desierto, por lo que decidió aventurarse más allá. Camino en silencio hasta el final del mismo, encontrándose con una pequeña biblioteca y el inicio de unas imponentes escaleras, sin preocuparse por su falta de zapatos bajo cada uno de los escalones hasta llegar a la planta baja.

—Max... –no obtuvo respuesta, tal vez sí estuviera sola.

Insegura recorrió el lugar, paso por algo parecido a una estancia bar, luego un estudio, lo que parecía ser un comedor, la sala, y se internó en otro pasillo que conectó con la cocina, de donde provenían voces, Max y el señor Eliot estaban ahí.

Ese hecho llenó de emoción su ser y disipó su miedo, por lo que sin pensarlo corrió al interior de la cocina y se arrojó sobre los brazos de un sorprendido pelinegro.

Había tenido tanto miedo de que la platica de hace un rato hubiera sido todo mentira, de que él realmente no estuviera, o peor aún, que todas esas semanas hubieran sido un producto desesperado de su imaginación por querer salir de su realidad, no lo hubiera soportado de haber sido así.

—¡Papá! –no supo por qué o en que momento, pero esa palabra se había escapado entre sus labios.

Temerosa de poder ser rechazada por el pelinegro escondió su cabeza en el hueco  que se formaba entre el cuello y el hombro del mayor.

—Oh mi dulce dulce Alina, aquí estoy.

Unas manos fuertes la apretaron contra el pecho masculino, y ambos corazones se sincronizaron en una carrera lenta, pero constante. Por primera vez en mucho tiempo Alina se sentía querida, amada por sobre todo.

—Mas vale que a mi comiences a llamarme por el título que me corresponde también chiquilla, o me pondré muy celoso.

Apenada la castaña levantó la mirada encontrándose primero con un par de oscuros ojos viéndola con profundo amor, para después enfocar un par de tormentosos ojos azules observándola de forma divertida.

—¿Eliot...?

—No, abuelo, chiquilla, quiero que me llames abuelo.

Eso sacó una profunda risa del pecho masculino sobre el cual se encontraba recargada, por lo que volteó a ver a Maximus confundida, qué era lo divertido.

—Oh ratoncita, nunca creí que este viejo quisiera que lo llamarán voluntariamente abuelo. 

—Ya te veré en unos años Maximus Dragomir. –La forma en que se vio ofendido el mayor hizo reír verdaderamente a Alina, y es que el señor Eliot a pesar de la edad que debía de tener no se veía mal, se había sabido conservar.

Mi pequeña princesaWhere stories live. Discover now