Capítulo XIII: Zed Princeton

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La lluvia era estruendosa en el Internado, el sonido de miles y miles de gotas de agua rompiéndose al chocar contra una superficie sólida hacía difícil incluso escuchar sus propios pasos mientras caminaba hacia la oficina del director. El cielo nublado parecía insultarlo con truenos y relámpagos que iluminaban los pasillos, Princeton alzó la mirada y extrañó esos días cuando miraba al cielo con una sonrisa y le preguntaba a su padre por qué tenía ese característico color azul o por qué las estrellas nunca se apagaban... tiempos que jamás volverían y esa certeza le causaba un profundo dolor que inundaba su alma.

Su ropa yacía mojada y se escurría a medida que caminaba dejando un reguero de agua a su paso. Recordó que alguna vez le preguntó a su madre si cuando llovía era porque el cielo estaba triste y lloraba, pero había olvidado la respuesta.

Su cabello estaba pegado a sus mejillas, igual que su ropa al resto de su piel, hacía un terrible frío debido a la ventisca que azotaba al Internado, pero Princeton ignoró todo eso y siguió caminando.

Ni una sola alma estaba fuera de sus habitaciones aquella noche, ni siquiera esos que se atrevían a intentar burlar a los guardias para tener ardientes encuentros nocturnos (y no eran pocos), claro que la mayoría eran atrapados y encerrados en el Cuarto de Castigo, solo algunos lo suficientemente hábiles, como Elizabeth Chesterfield, se salían con la suya casi todo el tiempo, aunque a ella misma la habían atrapado varias veces, pero ahora sobornaba a los guardias, así que era libre de hacer lo que le diera la gana.

En cambio él jamás había sido atrapado, en parte por ser realmente sigiloso y difícil de detectar si él no lo deseaba, pero también porque los guardias se ponían nervioso en su presencia, le habían temido desde que llegó al Internado. La verdad era que estaban en lo correcto al temerle.

Al tiempo que caminaba, le vino a la mente el momento en que había leído la copia del Contrato Princeton que Lykhosatangan le había llevado. Esperaba encontrar una debilidad o quizás descubrir que su tío le había mentido todo ese tiempo y que hubiera una manera "legal" de salvar a Amelia Blackmount, pero al menos en eso siempre fue sincero.

Era irónico para él que un grupo de chicos sin nada de experiencia en asuntos sobrenaturales hubieran encontrado la forma de salvarla y no él, pero le alegraba que lo hubieran hecho. No iba  rezarle a Dios para que el plan tuviera éxito, se consideraba tan indigno de ello que le repugnaba su propia persona, él ya había dispuesto un seguro para salvar al menos a Blackmount y a sus amigos.

¿Por qué esa chica tenía que parecerse tanto a su madre y hasta llevar el mismo nombre? Habría sido capaz de seguir obedeciendo a su tío quizá el resto de la vida a pesar del remordimiento que le provocaba matar, de todas maneras se iba a ir al infierno, pero cuando vio su fotografía y nombre la sola idea de matarla se hizo insoportable. Era idéntica a la foto que conservaba de su madre a los diecisiete años.

Alta (quizá 1.79 de estatura), con cabello castaño corto, con un casi imperceptible color moreno en su piel, ojos cafés, labios rojos, ¡Hasta el diminuto lunar al final de su ceja izquierda era exacto al de ella!... y para colmo, se llamaba Amelia. Matarla definitivamente no era una opción.

Tal vez estaba siendo sumamente egoísta, cualquiera de las chicas que había matado anteriormente tenía el mismo derecho a vivir que Blackmount, pero él solo había querido salvarla a ella por nostalgia. Esa acción no era altruista, era algo personal.

Si tan solo su tío nunca hubiera aparecido en su vida y los hubiera dejado en paz a él y a sus padres quizá hubiera conocido a esa chica bajo otras circunstancias, hasta podría haber coqueteado con ella e intentar quitársela a su novio, aunque habría sido raro hacerlo con una chica tan exacta a su progenitora... o tal vez nunca se hubieran conocido y él viviría feliz sin haberse manchado las manos jamás y sin saber de su existencia.

El Contrato. |TERMINADA|حيث تعيش القصص. اكتشف الآن