28 (Parte II)

57 4 12
                                    

La niebla cubrió de un momento a otro a San Fermín., mientras Enriqueta caminaba en dirección al río. La tierra temblaba con cada paso que daba. Y un relicario en sus manos, se dañaba de a poco, con cada aruño al que era sometido.

El viento empezó a silbar, el viento moviendo el cabello blanco y una sombra que, en una orilla, parece pescar. Una jugada del destino maestro o la condena a un pecado de años atrás, la anciana apenas y pudo distinguir un sombrero que estaba sobre una figura muy delgada.

—¡José! —Gritó la mujer —¡José! ¿Qué haces ahí?

Pero la sombra, parsimonioso movimiento, siguió lanzando una caña al río. En medio de una neblina, cada vez más pesada. En medio de lo blancuzco, que ahora amenazaba oscuridad. En medio Enriqueta y el camino pisoteado.

— ¡Vengo a devolverte el relicario! Con él se acaba nuestro trato y la sangre podrá correr con libertad —en medio de unas ramas secas, cayó el pequeño relicario —¿Es lo que tú has querido siempre, cierto? ¡Que haya sangre en San Fermín! — Enriqueta lanzó un escupitajo.

La sombra del río soltó una carcajada y bastó para que se diera cuenta que no era quien pensaba, la risa era de hembra, la ropa que usaba era de mujer y el cabello largo, volvía a confirmar que era una fémina.

—¿Quién eres? —intentó tomar el pequeño artilugio en el suelo, pero las ramas lo cubrieron, por lo que ella retiró su mano de inmediato, antes de ser apresada. —No la conozco.

—¿Recuerda usted el tropiezo con la piedra? —La voz fina contrarrestó —Aquel que intentó usted evitar, cuando las gemelas jugaban.

—¿Usted conoció a mis hijas? —se interesó más.

—La piedra era muy pequeña —empezó la niebla a taparla más—Pero usted les quiso evitar el dolor.

—¿Vive en el pueblo? ¡Dígame su nombre! Conozco a cada persona que respira en este lugar, cada movimiento ¡Lo sé todo!

—Las piedras pueden volverse rocas, muy puntiagudas, de hecho ¡Como las agujas! ¿Su nieta sabe acerca de las agujas en los peluches?

—¿Quién rayos es? ¿¡Cómo sabe todo eso!? —Sintió entonces Enriqueta, un helado apretón en su brazo y una respiración tras suyo, por lo que se devolvió con toda fuerza y pegó una patada directo a la canilla.

—¡Oh vamos! Te hallo gritando como una loca, frente al río y quería ver que ocurría y me golpeas. Definitivamente tú estás desquiciada.

—¡José! ¡José eres tú!

—No, ¡Soy la llorona en tanga! ¡Qué demonios! ¿Ya perdiste por fin la cabeza?

—Es que... —se volteó, pero no había nadie —¡Una mujer! Había una mujer en ese sitio ¡Te lo juro!

—Deberías calmarte, mira nomás andas como la Chimoltrufia luego de un baile.

—Debo hallar a esa mujer.

Don José levantó el relicario que estaba el suelo, lo limpió en su ropa y lo puso en manos de ella —Se te cayó esto. Sé que es importante. Mira, seré sincero, acabo de descubrir muchas cosas —rascó incómodo su cabeza —Y pensé que en cuanto te viera, sabría por dónde empezar a reclamar. Pero ahora yo... Yo solo. No sé la razón de tu odio, pero tú estás tratando de hacerme daño, bueno en pocas palabras ¡Diablos Enriqueta! Después de tanto y de lo que acabo de descubrir, respecto a mi esposa.

Ella, por primera vez, estaba escuchando. Mirándolo completamente confundida y con los brazos abajo, completamente enmudecida.

—Enriqueta ¿Por qué después de que tuvimos dos hijas? ¡De que fuimos amantes por años! Contratas a alguien para meterme a prisión ¿Quién hace eso? ¡¿Qué hice yo para que me odiaras al punto de quererme lejos?!

Ella negó con la cabeza —Ni siquiera te aparté de tus hijas cuando decidiste terminar todo lo nuestro ¡Si yo ataco es por el frente! ¿Quién te dijo semejante cosa? ¡Te quiero lejos porque sé que tus ideas no son santas! ¡Eres un maldito ateo, que no respeta a Dios y no quiero que le enseñes eso a Sara! He hecho todo para protegerla y tú lo estás arruinando.

Mi DelitoWhere stories live. Discover now