4. Alma pirata

12 0 0
                                    

Era la pirata más buscada de toda la India. Su retrato estaba diseminado por todas las ciudades y pueblos de la región, todos sabían que la hermosa mujer de cabello rojo y tez oscura era la famosa Sherezade, la llamada "alma de los siete mares", el mayor quebradero de cabeza de la Armada Británica, y sobre todo, del capitán Daniel Lovecraft.


El mismísimo rey de Inglaterra le había encargado la misión de capturar, viva o muerta, a la responsable de saquear los barcos ingleses que iban desde Plymouth hasta los paradisíacos puertos de Dondra.


Y parecía que esa misión iba a ser la más difícil de su carrera. Desde que entró en la Armada como un simple marinero con diecisiete años, nada de lo que le habían encomendado desde entonces se le había enrevesado tanto como aquello. Y, por si fuera poco, era una mujer la causante del problema. Cada vez que había estado a punto de atraparla se le había escabullido de entre los dedos con disfraces, falsos cebos y otras artimañas.


Sin embargo, una noche la conoció en todo su esplendor, y más profundamente de lo que Daniel jamás habría imaginado.



Sherezade deseaba ver personalmente al hombre que intentaba atraparla y conocer sus puntos flacos, así que ideó un plan. Se disfrazó de dama y se infiltró en la corte. Indagando entre aquellas mujeres tan remilgadas, consiguió saber quién era y acabó bailando con él.


En cuanto el capitán le pidió salir a bailar, supo que había caído entre sus redes. Nunca imaginó que llegaría a sentirse atraída por un hombre como él; nacido y criado entre todas las personas que habían repudiado a su familia y en general a toda su raza, imaginaba a un hombre detestable, similar a todos los asesinos que habían ido exterminando a infinidad de hindúes, personas inocentes, culpables tan sólo de tener una religión y un color de piel diferentes a los ingleses. Sin embargo, él era distinto. Resultaba muy atractivo con sus ojos verdes que brillaban como esmeraldas, la piel bronceada por tantas horas en la mar, igual que ella, y unos brazos y un pecho musculosos, muy distintos al estereotipo de un inglés. Pero no sólo eso la cautivó, su voz era ronca y profunda, y entonaba completamente con la imagen que se adivinaba de él, la de un hombre rudo y poderoso, la fuerza y la maestría salían de cada poro de su piel. Pero tenía que ser él el que acabara cautivado.


En el momento en que Daniel posó sus ojos en los de la bella mujer a la que nadie conocía, supo que era diferente. Tenía algo especial, algo que la hacía distinta al resto de las mujeres pero no sabía decir qué era exactamente. Tal vez eran su esbelto cuerpo, sus profundos ojos oscuros, su largo y salvaje pelo como el fuego, o su piel suave que, inexplicablemente para una dama de la corte, olía a mar. Desprendía sensualidad al caminar, deseo al mirarle y elegancia en cada movimiento. Cuando le miró tuvo el mismo efecto en él que un vaso cargado de whisky, le ardió por dentro, por cada médula de su cuerpo y todos sus sentidos se dispararon.


Él la invitó a bailar al tiempo que besaba suavemente su mano, y la guio hasta el centro del salón. Sus ojos no dejaban de observarse, mirándose el uno al otro, desafiantes, sin prestar atención a nada más. Mientras bailaban, se iban acercando irremediablemente atraídos el uno por la otra; cada roce, cada caricia, hacían que sus sentidos se agudizaran, anhelando seguir sintiéndose, sin ropas de por medio.


No aguantaron mucho más en la fiesta. Al final, como era inevitable, acabaron en la cama, conociéndose más profundamente de lo que tenían planeado.


Fue ella la que tomó la iniciativa, guiándolo a la primera habitación que encontró. Una vez estuvieron a solas, se volvió con premura hacia él y lo besó. Daniel respondió al beso y la volvió a besar. La pasión iba en aumento y a los pocos minutos estaban quitándose la ropa. Las prendas caían una detrás de otra y la temperatura subía rápidamente. No llegaron ni a la cama, recostados en el suelo, encima de sus ropas continuaron besándose, explorando sus cuerpos con la lengua y con las manos, hasta que no quedó ni un rincón sin repasar. Batallaban por ver quién se ponía encima, él intentaba atraparla entre sus piernas pero con un ágil movimiento de cadera, ella se escabullía y se colocaba encima. Finalmente, consiguió ponerse a horcajadas sobre él, introdujo su ardiente miembro dentro de ella y comenzó a cabalgarlo salvajemente. Pronto se escuchó un gemido de placer que resonó por toda la habitación. Seguidamente comenzó la segunda ronda. Daniel la tumbó y bajó por entre sus pechos, recorrió su ombligo y se colocó entre sus piernas. Saboreó su sexo con ansia, casi devorándolo, haciendo que ella fuera recibiendo pequeñas olas de placer hasta que volvió a ver las estrellas. Otro orgasmo incluso más fuerte que el anterior. Viendo que él continuaba con su mástil en todo su esplendor, Sherezade volvió a colocarse encima suya, se lo introdujo de una estocada y comenzó a moverse más suavemente, intentando acompasar sus movimientos a los de las caderas de él, apoyando las manos en el amplio pecho del capitán, acariciándolo. Sus pechos se bamboleaban al compás, hipnotizándolo completamente. Siguió moviéndose acompasando sus movimientos y sus gemidos, hasta que sintió un potente torrente de semen colmándola. Se rindió por fin, derrumbándose a su lado, apoyando la cabeza en su pecho y colocando su pierna posesivamente en torno a él.



Desde entonces nadie supo nada acerca del capitán Daniel Lovecraft ni de la pirata Sherezade. Pero algunas leyendas cuentan que, en las noches más claras, justo antes de que llegue el alba, se divisa un gran barco navegando que lleva solamente dos tripulantes que se besan apasionadamente.





RELATOS BREVESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora