~F E L I Z P U R G A~

514 36 4
                                    

Los truenos resonaban en la lejanía mientras la lluvia caía con fuerza sobre el suelo de Los Santos. En las calles, a primera vista desérticas, se percibía un ambiente extrañamente tranquilo y excesivamente tenso, en el que el aroma a sed de sangre se hacía más que presente. Los depredadores esperaban a sus presas, agazapados entre los arbustos que en un día normal solo servirían como decoración urbana.
Todas aquellas almas vengativas esperaban en sus escondites a algún sujeto perdido en aquella noche con quien descargar su rabia y sus ansias de matar.
No quedaban más de dos minutos para que estuviese permitido comenzar con el intercambio de disparos, por lo que el cuarteto de hombres, vestidos con disfraces de estampado americano, que giraba la esquina, estaba algo ansioso por encontrar algún lugar donde esconderse y esperar no ser encontrados.
—En ese parking estaremos seguros, seguidme. — Comunicó Gustabo a sus tres compañeros, señalando hacia el lado derecho de la calle.
El grupo cruzó la carretera corriendo, armas en mano, en una lucha contra el tiempo, esperando que esos treinta segundos que quedaban para que los disparos estuvieran permitidos, transcurrieran dos veces más lento.
Llegaron a la zona que el chico rubio había recomendado en el momento exacto en el que la sonora sirena comenzó a escucharse, dando inicio a la ronda de purga por equipos.
—Tenemos que escondernos. Si nos agachamos entre estos arbustos no nos verán. — Susurró Horacio, señalando a unos frondosos matorrales de hojas verdes que se encontraban flanqueando la entrada del parking.
Los cuatro sujetos se dirigieron hacia los arbustos del lado derecho y se acomodaron como pudieron, de manera difícil pues el espacio para los cuatro era algo reducido, pero lo suficientemente agachados como para que sus altos sombreros no fueran divisados desde la calle.
—Joder, si estamos aquí los cuatro me van a ver los putos pies. — Conway se levantó, y manteniéndose agachado tendió la mano a su hijo para ayudarle a levantarse. — Vamos a los arbustos del otro lado, vosotros os quedáis aquí, cualquier puto movimiento que veáis ya sabéis lo que tenéis que hacer. — Dijo, dirigiéndose a los dos hombres que permanecieron agachados en esa zona, mientras que el chico rubio se levantaba agarrando su mano para después seguirle hacia el arbusto del lado contrario.
—Horacio, será mejor que se tumbe en el suelo, así no le verán. — Susurró Volkov, al tiempo que se acomodaba en el suelo, totalmente rodeado de hojas.
El nombrado se tumbó a su lado, algo nervioso por compartir un espacio tan pequeño con el comisario. No es como si fuera la primera vez que rozaban sus cuerpos, pero si la primera después de mucho tiempo.
Horacio se tumbó de costado, de espaldas al comisario, dejándole algo más de sitio, para sentir como el otro se removía en su sitio para imitar su acción y quedar mirando hacia su espalda.
El chico de la cresta notaba la respiración contraria en su nuca mientras sentía como su corazón empezaba a bombear algo más deprisa y en su vientre se comenzaba a formar un pequeño cosquilleo.
Escondidos entre las húmedas hojas, Horacio tomó valor y se desplazó ligeramente hacia atrás, provocando que su cuerpo se encontrara con el de Volkov.
—Horacio, ¿qué haces? — Susurró este, procurando sonar tranquilo, en un tono que reprimía sentimientos.
—Nada, nada, es que tengo frío. — Contestó, removiéndose un poco y provocando un choque sensual entre ambos cuerpos.
—Horacio, para, no es el momento, joder. — Se quejó el contrario, con un hilo de voz, colocando su mano derecha en la cadera del más bajo y produciendo un poco de fuerza, indicándole que se detuviera.
—¿El momento para qué, comisario? — Horacio giró levemente la cabeza hacia atrás para encontrarse el rostro de Volkov, el cual se encontraba sonrojado después de escuchar el susurro juguetón del contrario.
El ruso apretó el agarre en las caderas del otro y este se removió un poco hacia atrás, para sentir la zona baja del ruso, la cual se encontraba algo caliente.
—Horacio, para que ya nos conocemos. — Los movimientos del chico de la cresta lo estaban volviendo loco, y sabía que si empezaban no iban a poder parar estuvieran en el lugar en el que estuvieran, como tantas otras veces les había ocurrido en el pasado.
—Volkov, por favor, hace mucho que no estamos juntos. — Casi rogó su compañero, en un susurro desesperado.
—Ahora no es el puto momento. — Apretó más su mano sobre la cadera del otro. Los movimientos que hacía Horacio sobre su entrepierna eran cada vez más sugerentes y estaban produciendo un efecto algo peligroso.
En un movimiento repentino, Horacio se colocó de cara a Volkov y, agarrando con algo de brusquedad su cuello, comenzó a atacar sus labios, mientras rozaba la entrepierna del ruso con su rodilla.
El otro no pudo evitar corresponder, olvidando el momento y el lugar donde se encontraban.
Tanto tiempo sin besar esos labios que volver a sentirlos se sentía como el agua más fría en el más caluroso verano.
Entre los húmedos besos que se seguían dando, colocó su pálida mano sobre la cintura de Horacio, mientras su erección comenzaba a crecer, debido al roce que le proporcionaba el otro con su rodilla.
Después de unos momentos más chocando sus dientes, jugando con sus lenguas y mordiendo levemente sus labios, ambos se separaron para coger algo de aire, con la respiración de lo más agitada, conectando miradas por unos segundos, sintiendo que el tiempo se paraba.
Para los ojos de Horacio, Volkov siempre era hermoso, pero lo era mucho más en aquellas situaciones. Cuando se encontraba cubierto de deseo, totalmente entregado a sus besos y a sus caricias. El más leve rubor era notable sobre la pálida piel del ruso, por lo que sus mejillas y sus labios tomaban un intenso color rosado. Sus profundos ojos celestes se volvían acuosos y la dilatación en las pupilas indicaba la lujuria que recorría sus venas.
Al ver a Volkov en ese estado, su mente se llenó de recuerdos de su época como alumno en el CNP, cuando se la pasaban juntos en el despacho de su comisario, chocando sus cuerpos y reprimiendo gemidos para así evitar ser descubiertos.
Para los ojos del ruso, Horacio también era hermoso, veía su rostro, tapado levemente con la sombra que las hojas producían, tenía los labios hinchados y entreabiertos, tomando aire de manera agitada. Miraba sus preciosos ojos color miel, que tanto reflejaban y no podía pensar en cómo alguien tuvo alguna vez una pequeña intención de hacerle daño.
Horacio se colocó sobre el ruso, con una pierna en cada lado, dejándole prácticamente inmovilizado y, después de quitarse el ridículo sombrero americano y dejarlo a un lado, se abalanzó sobre sus labios de nuevo, rozando su entrepierna con la del contrario.
—...Horacio...nos van a pillar. — Susurró el comisario sobre los labios del otro y entre sus besos, mientras sentía como su erección crecía ante el roce de ambos cuerpos.
El chico de cresta se alejó de los labios del ruso y, sentado sobre él, se despojó de la chaqueta de estrellas y comenzó a desabrocharse la camisa gris que componía el disfraz. Volkov dirigió sus pálidas manos hacia el pecho de Horacio, contemplando el tatuaje de la virgen que tomaba lugar allí y trazando de manera suave los definidos músculos de su torso.
El chico de cresta (la cual ya se encontraba algo desordenada) dirigió su cabeza hacia atrás, ante el suave tacto de Volkov y movió sus caderas sobre su miembro, provocando excitar más al ruso.
El comisario dirigió sus manos a los tonificados muslos de Horacio, agarrándolos con fuerza,
provocando así que un jadeo se escapase de sus labios.
El chico que se encontraba encima comenzó a desabrochar la camisa del contrario, mientras este apretaba sus muslos y acariciaba su pecho.
Una vez tuvo la camisa desabrochada, Horacio se lanzó sobre su cuello y comenzó a besarlo y lamerlo, dejando pequeñas mordidas y marcas según pasaba.
A Volkov esto le provocaba pequeñas corrientes desde el lugar donde los besos eran depositados hasta la punta de los dedos de sus pies, parando obviamente en su miembro, el cual se encontraba suplicante de atención, encerrado en los pantalones de aquel ridículo disfraz.
Horacio continuaba besando y mordisqueando levemente cada centímetro de la pálida piel del cuello y de los hombros del ruso, mientras este rodeaba su cintura por debajo de la chaqueta acariciando su espalda con suavidad, provocándole escalofríos.
El sombrero ya se había desprendido de la cabeza del comisario, dejando sus plateados cabellos descubiertos mientras el contrario continuaba bajando sus labios por su trabajado torso, acercándose a su entrepierna, dejando besos que se marcaban como fuego en su piel.
Una vez estuvo en el borde del pantalón, Horacio acarició el abdomen de Volkov de manera suave, provocándole para que pidiera más.
—Horacio...date prisa coño...hazlo ya. — Pidió el ruso entre jadeos, acariciando la cabeza de su pareja.
Este acarició su miembro de arriba hacia abajo por encima del pantalón azul, para después agarrarlo de la cinturilla y bajarlo hasta las muslos, dejando ver el negro bóxer del ruso, el cual marcaba a la perfección cada ángulo que su cuerpo producía.
Por encima de la fina tela negra, acarició y besó su erección, para después bajar la ropa interior, dejando expuesto aquel conocido miembro, el cual se encontraba deseoso de ser trabajado.
Horacio agarró el sexo del ruso por la base y lo recorrió con la lengua desde abajo hacia arriba un par de veces, viendo como Volkov se mordía el labio inferior, reprimiendo los sonidos que su cuerpo deseaba emitir.
Comenzó dejando pequeños besos en la punta del miembro del comisario mientras lo masturbaba para después introducirlo lentamente en su boca, dirigiendo sus ojos hacia arriba para encontrarse con los de Volkov, el cual se mordía con fuerza el labio, respirando de manera casi agresiva y le entregaba una lujuriosa mirada mientras acariciaba sus cabellos.
Horacio comenzó a incrementar la velocidad de sus movimientos, provocando que la respiración del ruso fuese más agitada y, sin dejar de mirarle, saco el miembro de su boca, escupió sobre él y después de masturbarlo unos segundos, lo introdujo de una vez en su boca, ahuecando su garganta. Después de tanto tiempo conociendo el cuerpo de Volkov, Horacio sabía perfectamente lo mucho que le gustaba cuando hacía eso.
El movimiento que realizaba con la cabeza de arriba a abajo volvió, centrándose ahora en la zona superior, realizando allí movimientos circulares con la lengua y succionando con los labios.
Volkov miraba a su compañero con la boca entreabierta y los ojos entrecerrados, soltando jadeos discretos para evitar ser descubiertos, con la mano derecha agarrando su despeinada cresta acompañando sus movimientos que crecían en velocidad.
Cuando el ruso sintió toda clase de sensaciones arremolinándose en la parte baja de su vientre, agarró con fuerza el cabello de Horacio y le separó la cabeza de su miembro, incorporándose para acercarse a su oreja y susurrarle, erizando los vellos de su nuca: "Ponte en cuatro".
Con los ojos llorosos y relamiéndose los labios, el aludido asintió lentamente, girándose sobre sus rodillas y obedeciendo a Volkov.
Este levantó la camisa gris y acercó sus labios a la espalda de Horacio.
La luz era prácticamente nula, pero el comisario conocía ese cuerpo más que el suyo propio, así que comenzó a besar las cicatrices a ciegas, sabiendo perfectamente dónde estaban ubicadas sin necesidad de verlas.
Colocó las manos en la cintura de Horacio y tomó el borde del pantalón estampado con estrellas, para bajarlo lentamente hasta sus rodillas.
Sin dejar de besar la espalda y la nuca del chico, el ruso comenzó a masajear lentamente sus glúteos por encima de la tela de su ropa interior granate, sacando pequeños jadeos de la garganta de Horacio.
Tomó la goma del bóxer y lo bajó con cuidado, rozando sus muslos con los pulgares, para después pasar una mano a la parte delantera de éste y comenzar a masajear su ya muy duro y caliente miembro de arriba a abajo, con movimientos lentos pero constantes.
Horacio miró por encima de su hombro, comenzando a soltar pequeños jadeos y Volkov dirigió su otra mano hacia la boca de este, tapándosela para evitar que los gemidos salieran.
El ruso paró con su tarea y dirigió la mano que había estado usando a las nalgas de Horacio, agarrando una de ellas con fuerza, dejando las uñas un poco marcadas sobre la suave piel.
Después retiró la mano de la boca del contrario y le indicó con un sonido siseante que mantuviera silencio. Utilizó esa mano para ayudarse a abrir las nalgas de Horacio, dejando su entrada algo más expuesta y acercó dos dedos de la otra mano a esa zona, después de lamerlos para lubricarlos.
Cuando el chico que se encontraba contra el suelo sintió los fríos dedos de Volkov hacer movimientos circulares en su entrada, no pudo evitar removerse, mordiéndose el labio y suspirando sonoramente.
Mientras tanto, los dos dedos intentaban hacerse paso en su interior, y el pálido comisario acariciaba su espalda con suavidad, intentando calmarle y evitando que de su boca saliese algún sonido demasiado alto.
Volkov colocó otra vez una mano sobre la boca de Horacio mientras le penetraba con los dos dedos al mismo tiempo.
El otro tenía los ojos cerrados con fuerza y la respiración agitada, incapaz de dejar escapar ningún sonido gracias a la mano de su compañero sobre sus labios.
Los dedos del ruso entraban y salían dentro de su cuerpo, separándose levemente en el interior para dilatarle y hacer más fácil la entrada.
Después de un minuto más así, en el que Horacio reprimía gemidos sobre la mano de Volkov, y este sentía su entrepierna a punto de estallar, el comisario sacó los dedos por fin, ya que tampoco disponían de mucho tiempo.
Acercó su pecho a la espalda de Horacio, y, besando su hombro, sin dejar de taparle la boca, comenzó a rozar la cabeza de su miembro con la ya dilatada entrada de él.
El chico que estaba comenzando a ser penetrado, dejaba salir con fuerza el aire de su nariz, reprimiendo los jadeos y los gemidos que, en otras circunstancias no habría tratado de ocultar y que se le hacían imposibles de emitir debido al fuerte agarre que la mano de Volkov realizaba sobre su boca.
El ancho miembro del ruso comenzó a hacerse paso en el interior de Horacio, rozando las paredes de su cuerpo y sintiendo el calor de esa zona.
Volkov soltó un jadeo cuando por fin se encontró dentro del todo y, relajando un poco la mano del rostro de Horacio comenzó a embestirle, de manera lenta pero profunda, llegando a todos los rincones del interior de este.
Horacio apretaba los labios, procurando no efectuar ningún sonido, pero los gemidos guturales eran casi imposibles de reprimir. Sus ojos se encontraban llenos de lágrimas, pues sentía un poco de dolor debido al tamaño del comisario y a que su dilatación no había sido la más completa, pero según su cuerpo fue reconociendo el del comisario, después de tanto tiempo sin encontrarse, este dolor fue sustituido por placer y por ganas de más.
Poco a poco, Volkov iba aumentando la velocidad, con ambas manos en la cintura del contrario, ejerciendo fuerza, dejando ahí marcados sus dedos.
Las embestidas eran fuertes y, sin quererlo, los choques de sus cuerpos estaban emitiendo sonidos, fácilmente reconocidos como eróticos. Por suerte no parecía que nadie les estuviera escuchando así que se limitaron a continuar.
Después de unos minutos, las paredes que envolvían el miembro del comisario comenzaron a palpitar y a estrecharse.
—V...Viktor...voy a...— Horacio levantó la cabeza, mirando a Volkov por encima del hombro y susurrando de manera difícil entre jadeos.
—Shhh...espera un poco, небеса. — Respondió el comisario, también en un susurro complicado.
Volkov profundizó aún más sus embestidas, tocando el punto del contrario de manera constante y sin dificultad, pues conocía a la perfección su cuerpo.
Después de algunas fuertes estocadas golpeando el apretado interior de Horacio, entre suaves jadeos y gemidos guturales, el ruso sintió como su miembro se preparaba para expulsar la conocida sustancia blanquecina y, tras unas fuertes embestidas más soltó sus fluidos dentro del cuerpo del otro, para después salir y voltearle sobre la hierba rápidamente, dirigiendo su mano hacia el sonrojado miembro de Horacio, realizando rápidos movimientos de arriba abajo y provocando, después de unos pocos segundos. que este también vaciase el contenido de su cuerpo sobre la mano de Volkov, mordiéndose el labio para evitar gemir.
El ruso pasó la lengua por aquellas partes que habían acabado manchadas con el semen de Horacio y, después de limpiarlo todo, ayudó a su compañero a acomodarse la ropa imitando sus acciones después.
Cuando ambos estuvieron vestidos y sus respiraciones se encontraron algo más calmadas, Horacio se acercó al oído del otro y con su respiración rozando la pálida oreja, le susurró:
—Feliz purga, Volkov.

~ VOLKACIO NOBIOS ~ One-Shots +18Where stories live. Discover now