Capítulo 26 - Traidor

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— Hola, Lyanna —dijo una voz a la lejanía. — ¿Ya despertaste?

Las palabras atravesaron cada parte de mi cuerpo como si fuesen navajas arrojadizas. Mis ojos estaban cerrados, pero todo dolía. Sobre todo, sentía una punzada de dolor en pecho, pero no entendía qué me había pasado, qué estaba pasando.

No podía pensar, no quería pensar. Todo lo que había en mi mente, era un conjunto de recuerdos dispersos, incompletos. ¿Dónde estoy? ¿Qué pasó?

Me pesaban los párpados como si hubiese dormido diez horas seguidas, y además tenía el estómago revuelto, como si se hubiese metido una serie de pirañas que escarbaban y destrozaban todo a su paso. Sin embargo, no sentía... Mis piernas. ¿Dónde demonios están mis piernas? ¿¡Mis brazos...!?

— Estamos en el Bosque de los Árboles Gigantes —insistió, con suavidad—. Territorio de los titanes.

Marco.

Abrí los ojos abruptamente y comencé a moverme, o más bien, a zarandear de un lado a otro el tronco que me sostenía, como si fuese un patético gusano en un anzuelo que lo atravesaba sin piedad.

<<No... no, no, no... Dime que no es cierto. Dime que morí en Trost.>>

— Ni siquiera puedes regenerarte —dijo. Marco se encontraba en la enorme rama de arriba, observando fijamente a los titanes que teníamos debajo junto... ¿junto con su amigo de la infancia? ¿También lo había arrastrado a esta mierda? —. No es tan sencillo, tu cuerpo está al límite —aseguró, negando con la cabeza como si supiera de lo que hablaba, como si me entendiese—. Tendremos que esperar hasta que llegue la noche.

— Te vi morir —susurré. Las palabras se me atascaron en la garganta de manera brusca y dolorosa, como si una soga invisible me asfixiara.

Marco siguió observando a los titanes, como si aquello le resultara hipnotizante. Mientras tanto, las ideas comenzaron a tomar forma en mi cabeza y... y ahí lo entendí: aquel día en el Subterráneo, cuando alguien me tomó desprevenida e intentó matarme... era él. Cuando el imbécil de su amigo "chocó" conmigo, fue para dañar mi Esquipo. Cuando me sentía observada o encontraba inexplicablemente cosas en mi habitación, yo... yo pensaba que era por estar borracha o demasiado abrumada para recordarlo. Pero era él. Marco había estado todo el tiempo, observándome.

— Maldito pedazo de mierda... —dije, sintiendo cómo la ira me recorría el cuerpo, la mente y sobre todo, un corazón que se sentía deshecho, vacío y traicionado. — ¿Qué sentiste, Marco? ¿En qué demonios estabas pensando cuando hablaste conmigo el primer día? ¿Acaso... acaso eso también lo planeaste?

Silencio.

— ¡Dímelo! —grité con la voz temblorosa, mientras lo poco que quedaba de mi cuerpo se movía y temblaba de furia. — Lo conté todo delante de ti... Conté cómo mi padre quedó atrapado en los escombros y lo asesinaron frente a mis ojos. Conté cómo mi madre se sacrificó para que suba al barco... Te lo conté, ¿recuerdas? ¿¡Qué pensaste, Marco!? —exigí, sintiendo cómo todo en mi interior se deshacía. — ¿¡En qué diablos pensabas mientras te lo contaba!?

Mis gritos quedaron suspendidos en un débil susurro que se llevó el viento, y luego... sólo quedó un silencio hiriente que me desgarraba desde dentro.

— En ese momento... me sentí mal por ti —respondió, con la mirada puesta en el paisaje.

Un escalofríos recorrió todo mi cuerpo y la bilis amarga trepó por mi garganta, quemando todo a su paso. Me sentía traicionada, violada. La persona a la que le había contado mis sentimientos, con la que había desnudado cada parte de mi ser... era la misma que se asomó por aquella maldita Muralla. Era la que me quitó todo.

Camino de aspiraciones y cadáveres [2] ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora