6. El tiempo de comienzos

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«Un monarca francés en trono español», la sola idea le provocaba cierto disgusto, y fue así durante los días venideros del comienzo de la casa los borbones en sus tierras. Antonio no se sentía feliz con el curso de los eventos y la amargura del fin de la influencia de los Habsburgo en sus familias reales.

Tener contacto con Francia de nueva cuenta (considerando la saña con que se buscaron en batalla en la guerra de Treinta Años, tal como si fueran meros desconocidos que se habían odiado siempre), fue desconcertante, un evento que le traía inquietud y del que no podía tener certeza cómo abordar; así que, tal como había hecho en sus etapas más oscuras —especialmente en su guerra de sucesión reciente—, seguía su responsabilidad; ignorando sus sentimientos amargos y viviendo con una sonrisa cuando tenía que hacerlo.

Su relación con Francis...prefería no pensar en los vestigios (y mucho menos en promesas); sin embargo, estaban obligados, de nueva cuenta, a caminar junto al otro. Es así que Felipe «el animoso», un monarca que tendría una fama dual de cosas negativas (su estado mental en tiempos tardíos de su reinado) y positivas (la modernización administrativa del reino) comenzó a trabajar con Antonio.

(El innegable hecho de que lo que sea que existió alguna vez entre ambos se hubiera dormido, enfriado, en la distancia que había era algo de que ninguno quería reconocer).

España le tomó un tiempo dedicarle una honesta de aliado a Francia; con una facilidad que le abrumaba, el galo y él se entendieron en buenos términos. El reino ibérico adjudico esa conexión a sus dificultades comunes y asperezas comunes con el Sacro Imperio, como la rivalidad con Inglaterra.

Francia, por su parte, no se negó a ofrecer su apoyo incondicional al nacimiento de la casa de borbón de manos de Felipe V, trabajando en unidad con España. Una relación en principio de negocios, no se vio carente de conflictos.

España no solía reprochar de manera directa, a menos que se viera acorralado a hacerlo; pero...suponía que la vieja confianza que alguna vez le tuvo a Francia, le hizo sincerar su disgusto contra Felipe en una ocasión, antes de darle una oportunidad; no iba a mentir, se sintió un poco despojado de poder.

—Esto lo hace por ti mismo, todos tus movimientos —acusó una vez Antonio con su temple en apariencia tranquilo, pero su mirada pesaba en Francis.

—Pues tienes razón, si eso quieres creer —dijo Francis dolido, aunque si bien Antonio tenía algo de razón; pero, ¿el volver a construir su unión, el lazo que sentían, en realidad fue cosa de su imaginación? A lo mejor él solo lo sintió así.

—Por una vez Francia, habla claro —exigió Antonio severo, con esos ojos que el galo había observado cuando se involucra con las conquistas de nuevas tierras, y la gestión de sus colonias: una expresión impersonal, defensiva.

Esos años habían hablado como amigos, tal como ese tiempo...casi como...Francis decidió desviar su atención de sus sentimientos, de la añoranza, y del consuelo que a veces se permitía, sintiéndose infantil, al pensar en una promesa (en aquellos mil pasillos). ¿Cuándo Francia había dejado de saber quién era aquella nación? Habían cambiado, y no podía ir contra eso. Dolía.

—No quiero hablar, no si vas a exigir de esta forma, Antonio —se negó Francia; era difícil saber cuándo podían sentir como hombre, y cuando debían anteponer sus sentimientos como naciones.

Tras las primeras reformas exitosas y el comienzo de modernización de la forma del estado del reino español, Antonio sintió que se retiraba la incertidumbre y el peso de la preocupación de sus hombros en cuanto al estado de su gente. El remordimiento acudió a su corazón, a su cuerpo, que sentía a veces muy viejo, al recordar el inicio de su unión con Francis (aunque ninguno juzgaba o culpaba; venían de una guerra, de ser adoctrinados en creencias religiosas que se convirtieron en profundos dogmas, y de una larguísima separación).

—Francia, deberías venir con más frecuencia —ofreció España, tomando en sus manos la voluntad y el trabajo de reivindicar lo que sentía aún había, aunque no estuviera seguro como podría definirlo; ni si quería definirlo.

España reconocía que en él surgió la vergüenza; su fe religiosa que había tomado como una forma íntima de vivir había sido una de las principales razones que, aun cuando volvieron a verse a los ojos con añejo afecto, le hizo mantener la distancia (dos varones no debían...); pero se encontraba cansado, agobiado; además que los rumores de la vieja alianza de Escocia y Francia no le dejaban tranquilo reprimiendo sus anhelos.

—¿De verdad? —Preguntó confundido Francia, cambiando su expresión altiva y un tanto condescendiente con lo que había estado tratando la respuesta amarga de España, a una de grata sorpresa—. Quiero decir —aclaró su garganta, dejando de lado el chocolate caliente que tanto le gustaba probar en tierras ibéricas—, por supuesto, Monsieur, tomaré con gusto su oferta.

—Por supuesto, estaría realmente feliz si lo hicieras; venir a visitarme, y quedarte unos días —Antonio finalizó su frase un poco cohibido, dándose cuenta de la jovialidad y honesta ilusión con que estaba dirigiéndose a Francis—. Claro, creo que es natural considerando la unión que tenemos. Por supuesto, sí no representa conflicto con tus alianzas, he escuchado que Escocia volvió a estar en términos favorables contigo —añadió con cierta reticencia a hablar del tema, y cierta ansiedad de abordarlo para indagar sobre él.

—Escocia...Tuvimos algo, una alianza —comenzó a explicar evitando los ojos del ibérico; con cierta nostalgia miró los aperitivos del almuerzo de esa tarde. Francia, observó el otro, seguía siendo abierto con su sentir—. Pero...lo que nace en guerra, parece, perece en la paz, cher.

—¿Entonces ahora ya no se hablan? —tanteó Antonio, decidido a tomar la oportunidad de alejar sus dudas; un pecado seguía siéndolo, le dirían los sacerdotes, así que deseaba asegurarse que al menos no le trajera sufrimiento su decisión.

—No, no; por supuesto que aún estamos en buenos términos; a pesar de que nos hemos alejado, hay negocios y demás —aclaró Franis, y agregó en un murmullo, sonriendo con tímida mesura—: Siempre he pensado en ti.

España abrió sus labios sin lugar o capacidad de responder a esa franqueza con que Francia solía abrumarlo (al parecer, algunas cosas permanecían de aquellos tiempos). El galo puso una oportunidad sobre la mesa: la promesa, los mil pasillos, parecían materializarse.

—Yo también, sabedlo —dijo él con una sonrisa; Francis dudó de la sinceridad de ese comentario tan casual y dicho con aquella fácil soltura (era difícil saber cuáles eran las intenciones de Antonio, o si las que decía tenía eran las reales, así como serías).

Pero Francis sabía que con Antonio debía actuar más que ahondar en su mente, era la única forma de discernir de lo que el reino ibérico quería mostrarle, y lo que realmente había en su corazón. ¿Cómo saber si sus amores eran honestos?, se preguntó: con el español era casi esperar hasta que el único camino fuera exponer sus emociones.

Hasta que le fuera difícil guardarlas...Francia esperaba, sería paciente; tomaría sin querer atormentarse con la duda las palabras de España, o temer sufrimiento futuro.

(Esperaba que su lugar como naciones les permitiera actuar como hombres, aunque fuera un breve momento).


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N/A: Nambre, si soy una cosa barbara con lo que me tardo jsjs. Bueno, espero les haya gustado, las cosas comienzan...

El tiempo de los mil pasillos | Hetalia [Frain/SpaFra]Where stories live. Discover now