¿Tomas antidepresivos?

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Tomó una revista del arcón de bambú y se abanicó con ella.

-Me sorprende que no pienses que ha sido una suerte que haya podido librarse de mí.

Mónica se sentó más recta en el sofá.

-Siento que hayas interpretado mal mis acciones en ese sentido.

¿Qué? ¿Ahora implicaba que era una neurótica que había malinterpretado su comportamiento amistoso? Vanesa estaba enfadada, sudorosa y tenía mucho calor. Ella había elegido el día erróneo para salir con aquellas tonterías. Se incorporó con una rodilla en el sofá y los brazos en jarras.

-Alto ahí. Espera un momento. ¿Sientes que haya interpretado mal tus acciones? Si te vas a disculpar, hazlo bien. Si no, ahórrate la saliva. Pero no se te ocurra insultarme con la disculpa.

Ella tuvo el buen sentido de parecer algo avergonzada, pero todavía arrogante. Y muy sexy a la luz de las velas.

-Tienes razón. Me he portado como una imbécil y sigo portándome como una imbécil.

Aquello la sorprendió. Aunque, por otra parte, nunca sabía lo que podía esperar de Mónica.

-Yo no te he llamado imbécil. Bueno, a lo mejor sí que era eso lo que insinuaba -ya estaba harta de todo aquello. ¿Qué sentido tenía?-. Vamos al grano. Yo nunca te he caído bien. Tú apenas has podido mostrarte educada conmigo y nunca he sabido por qué. El día que me fotografiaste pensé que era diferente... pensé... bueno, no importa. Ya soy mayorcita y, después de enterarme de que mi prometido prefiere a los hombres, supongo que esto ya no puede ser peor, así que ¿por qué no me lo cuentas? Dime por qué nunca te he caído bien. Dicen que la confesión es buena para el alma.

-No creo que...

-Oh, vamos, Mónica. Sé sincera. Hay algo en la oscuridad de la noche que hace aflorar los puntos oscuros. Ya sabes cómo es eso. Cosas que jamás pensarías a la luz del día. Cosas que nunca harías o dirías en otro momento se pueden decir en la oscuridad.

Su beso apasionado... su lengua en la boca de ella y las manos en sus nalgas... todo eso estaba aún entre ellas. Ella lo veía en su rostro.

-Las dos sabemos que nunca he tenido agallas para preguntártelo y seguramente nunca vuelva a tenerlas. De hecho, es probable que nuestros caminos no vuelvan a cruzarse después de esta noche, así que vamos a dejar que la oscuridad nos dé valor y tener una conversación de verdad -dijo.

La idea de no volver a verla nunca le resultaba más inquietante que el pensamiento de no ver más a Risto. Sabía que la estaba pinchando, pero era mejor que arrojarse en sus brazos, sentir los latidos de su corazón bajo el suyo, probar el calor de su pasión, regodearse en aquel deseo que la dejaba anhelante y húmeda. Ansiaba descubrir de primera mano si la pasión entre ellas era tan potente e increíble como en sus sueños.

-Si nuestros caminos no vuelven a cruzarse nunca, ¿Qué puede importarte la respuesta? - preguntó ella.

-Será algo que me preocupe hasta que tenga la respuesta. Soy una chica muy testaruda y seguiré pensando por qué no te he caído bien hasta que dentro de años me vea obligada a buscarte y exigir una respuesta para poder dejar de tomar Prozac.

Mónica frunció el ceño confusa.

-¿Tomas antidepresivos?

Vanesa le sonrió. Resultaba muy raro intentar convencer a otra mujer para que le dijera lo que no le gustaba de ella. Pero ninguno de los sentimientos que Mónica producía en ella eran normales ni cómodos.

-No. Pero si no me das una respuesta, me volveré loca y tendré que empezar a tomarlos, así que contéstame de una vez.

Ella movió la cabeza, pero parecía más relajada y extendió el brazo a lo largo del respaldo del sofá. Tenía unos brazos bonitos. ¿A quién pretendía engañar? Todo en ella resultaba muy sexy. Y ya no tenía que sentirse culpable porque le gustara. Era libre.

SucederáWhere stories live. Discover now