32. Fiesta de Halloween

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Pero ¿qué podía decir? A veces una persona veía todas las señales de peligro y aun así decidía ignorarlas

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Pero ¿qué podía decir? A veces una persona veía todas las señales de peligro y aun así decidía ignorarlas.

Mam tenía un efecto distinto sobre mí cuando estábamos a solas, era como si sus palabras resonaran en mi cabeza, era lo único que podía mirar, lo único en lo que podía pensar. Perdía cierta parte de mi individualidad al estar con él, mi cuerpo seguía sus órdenes. No sabía si se debía a algún hechizo del que yo no tenía conocimiento o a una extraña atracción que ya no podía seguir ignorando.

Me separé de él un instante, lo suficiente para que la gravedad jugara en mi contra. El tacón de mi zapato hizo que se me doblara el pie y caí de espaldas cerca de la mesa de bebidas. Me agarré al mantel para sostenerme y varios vasos llenos de jugo de uva se derramaron sobre mí.

Sin embargo, esa no fue la peor parte: también tiré una jarra que se quebró en mil pedazos justo a mi lado. Salté para alejarme, pero un par de vidrios aterrizaron encima de mi mano izquierda. No me hicieron cortes profundos, apenas me dolió, pero empecé a sangrar tan profusamente que detuvieron la música y todos los presentes formaron un círculo a mi alrededor.

Aún inmóvil en el piso, elevé la cabeza para mirar a Mam, que estaba tan sorprendido como yo. Estiró el brazo para levantarme, pero justo entonces alguien se acercó por mi espalda y me agarró con fuerza para sacarme de la pista de baile.

Agus.

Desgarró la tela blanca de su disfraz para envolver mi herida y detener la hemorragia. No parecía que la visión de los cortes le afectara demasiado, como si fuera un enfermero experimentado.

Volví a la realidad mientras nos dirigíamos a la enfermería y un sollozo se escapó de mis labios. Cuando estábamos a punto de llegar, sin embargo, Agus me agarró de nuevo y me condujo al otro lado del pasillo, al baño de chicas.

—N-no debería dejarlo mucho tiempo así —tartamudeé, aún asustada—. Se puede infectar, hay que lavarlo. —Observé el grifo cerrado del lavamanos—. Ayúdame.

—Tengo una idea mejor.

—¿A qué te refieres?

Extendió sus alas frente a mí y, por unos segundos, se me olvidó que estaba manchando mi vestido de sangre. Él no perdió el tiempo: abrió el grifo y sostuvo mi mano bajo el agua.

Pero en lugar de intentar cubrir mis heridas de nuevo, posó su mano encima de mis cortes. Una sensación de calor se desprendió de su tacto y sentí que mi piel se estiraba. Jadeé y desvié la mirada por temor a lo que pudiera suceder a continuación.

Cuando me atreví a mirar de nuevo, no quedaba ni rastro de las heridas. Boquiabierta, cerré el puño, comprobando que estuviera intacto.

—¿Nunca te han dicho lo peligroso que es bailar con el diablo? —cuestionó en voz baja.

—Esto no fue culpa suya.

Un par de toques en la puerta me hicieron saltar hacia atrás. Ninguno dijimos nada, pero los golpes se repitieron enseguida, esta vez más insistentes.

Un templo encantador │YA EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora