CAPÍTULO IV

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Adele tomó la lámpara de gas y se levantó para seguir el origen del ruido. A medida que se acercaba, notaba que el llanto era más similar al chillido de un animal pequeño. Alumbró hacia unos árboles. ¿Provenía de arriba? Volvió a escucharlo. Venía del suelo. Se agachó y comenzó a buscar. Había un hueco lleno de ramas. Un bebé zorro intentaba salir de allí mientras chillaba, como un bebé humano recién nacido. Adele quitó todas las ramas. El animal, siendo tan pequeño y estando tan débil, no tuvo fuerzas para atacar a la persona que le ayudaba. Jadeó al ver que tenía una trampa en su pata trasera izquierda. La herida era terrible.

—Cielos...dónde estará tu madre—si el pequeño estaba allí, su madre no debía estar tan lejos. Sin embargo, el pequeño zorro llevaba mucho tiempo llorando y la madre aún no venía—. No puedo llevarte—dijo, lastimera—. Sería un problema para ti y para mí también. Lo siento—el zorro no dejaba de chillar y mirarla con sus pequeños ojos negros, con el rostro decaído. Sus ojos se nublaron—. No me mires así. Sólo voy a quitarte la trampa, intentaré curarte un poco y te dejaré. No puedo llevarte.

La doncella fue a la habitación. Lo hizo muy temprano, pues el conde le había informado que la señorita se levantaba muy temprano para salir. Al parecer, no había llegado a tiempo, pues la cama estaba perfectamente tendida, como si nunca hubiese sido tocada. Se encogió de hombros. Definitivamente la señorita era muy madrugadora. Se dijo que mejor ordenaba la habitación, o más bien, le quitaba el polvo, porque estaba perfectamente ordenada. Caminó hasta la esquina de la cama.

—¡Santo cielo! —pegó un grito al ver el bulto en el piso. Se llevó la mano al pecho. Adele se levantó apenas la escuchó, con los ojos muy abiertos. La criada suspiró al ver que se trataba de la señorita Adele. Le sonrió. Vio que algo se movía y se paralizó al ver un pequeño zorro rojo a su lado—. ¡SANTO CIELO!

Se levantó de golpe, haciéndole un ademán para que guardara silencio. La criada comenzó a entrar en pánico.

—Es una pequeña zorrita, no hace nada— se agachó para tomarlo y se lo enseñó, sonriendo—. Mira—el zorro le tiró a morder. La criada volvió a gritar y esta le gruñó—. ¡Oye! —miró a la doncella, suplicante—. Por favor, no digas nada.

—¡El amo se va a morir si se entera!

—No tiene porqué enterarse. Será nuestro secreto. No puedo abandonarlo. Su pata está muy herida y sólo es un bebé. Lo más seguro es que hayan matado a su madre. Por favor, míralo ¿No es una ternurita? —el pequeño animal se removió en los brazos de Adele, cómodo entre ellos.

Era naranja rojizo, aunque su pecho tenía el pelaje negro al igual que la punta de sus patas y la oreja derecha. La criada lo vio, enternecida. Sí era muy bonito, y ahí, cómodo entre los brazos de Adele, se veía inofensivo. Asintió, aún recelosa.

—¿Qué le ocurrió en el brazo? —inquirió con espanto al ver los rasguños. Adele bajó sus mangas y sonrió.

—Tuvimos nuestras diferencias en la madrugada, pero ya está todo arreglado. Descuida. ¿Puedo pedirte otro favor además de guardar el secreto? Tengo que ir al pueblo para ser maestra sustituta, ¿podrías asegurarte de que nadie entre y lo vea? No importa el desastre que haga, yo lo arreglaré, pero que nadie entre.

—No lo sé, señorita. No quiero meterme en líos con el amo. Si se entera que hay un zorro salvajeaquí...—Adele hizo un puchero.

—Te leeré la fortuna si lo haces.

—¿Puede usted hacer eso?

Honestamente, no podía hacerlo. Las visiones que se le presentaban no eran voluntarias. Podía descifrar los sentimientos de las personas, sí, pero no ver su futuro voluntariamente. Sólo una posibilidad de él. Estaba jugando un poco con los estereotipos que tenían de los gitanos, pero no tenía opción.

ADELE: ALMA DE GITANAOnde histórias criam vida. Descubra agora