SUEÑOS DE LIBERTAD: El Almacén

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Año 1501 a.C. (antes del Concilio)

Mounfel, Capital del reino de Heffelmaunt


Aquel almacén había sido su hogar desde que fue tomado como esclavo durante la primera derrota de los nesh, el sitio estaba impregnado por el olor de las heces humanas y por el de otra serie de aromas repugnantes provenientes de los demás miserables que habían sido esclavizados durante la gran guerra humana. Korian observó aquella desalentadora oscuridad casi con desdén en su mirada café, imaginando su vida antes de que comenzara aquella mísera guerra, una vida de paz allá en el sur; el súbito recuerdo de sus hermanos corriendo en el jardín y con sus enormes sonrisas infantiles en el rostro, le provocó que los ojos se le humedecieran. El pensar en la humedad de sus ojos hizo que, instintivamente, se pasara la lengua reseca por los labios blanquecinos y quebrados.

Allí arrojado, cual objeto en una repisa esperando a ser usado, sus pensamientos de hambruna y desasosiego fueron interrumpidos de repente por el sonido de la enorme puerta metálica abriéndose y ocasionando un ruido chirriante. Korian entrecerró los ojos y se inclinó un poco para percatarse de quiénes habían entrado, pudo notar que había tres guardias y otras tres personas más que no lograba distinguir. Entonces, se desplazó gateando hacia ellos, tratando de no provocar demasiado ruido para despertar a alguno de sus compañeros, pues el mundo de los sueños era en demasía sagrado para ellos, era el único lugar donde realmente podrían ser humanos. Se arrastró por toda aquella suciedad y, cuando estuvo lo suficientemente cerca, se percató de que los otros tres sujetos eran su amo, Ocox, y dos hombres de la alta nobleza de los cuales reconoció a uno solo, su nombre era Daer, y la última vez que lo había visto fue cuando el amo había organizado una reunión de amigos y llevado a cabo muchos eventos y juegos en los que hacía a los esclavos ser partícipes de los más peligrosos de ellos.

—Tráeme a ese —dijo Ocox a uno de los guardias, señalando a un anciano que yacía dormido sobre un cúmulo de heno.

Con una pica, el guardia despertó al viejo y le ordenó que se pusiera de pie. Por el rostro que ponían los invitados del amo, supo que estaban asqueados por el olor, y se preguntó si de verdad olía tan mal allí, para él olía como siempre. El anciano, intentando ponerse en pie, cayó aparatosamente al suelo, entonces, cuando uno de los guardias iba a tomarlo bruscamente del brazo, uno de los niños corrió hacia el viejo y lo ayudó a ponerse en pie.

—¿Qué hará con mi abuelito, mi señor? —preguntó el pequeño niño desnudo y curtido de mugre.

Un guardia abofeteó al niño tan fuerte que le rompió la boca y lo arrojó hacia el heno repleto de mierda, y empezó a lloriquear en voz muy baja, para no molestar al amo. La dificultad para mantenerse en pie hacía que el viejo temblara un poco.

—¡Se mueve demasiado! —exclamó uno de los invitados—. ¿Cómo se supone que voy a practicar mi puntería con él?

—Deja de lloriquear, Megul —dijo Daer—. Cuando esté bien atado al tronco se moverá menos, además, que tiemble un poco aumentará ligeramente la dificultad.

Korian se descubrió a sí mismo poniéndose de pie y caminando hacia ellos, levantando bien los pies para no tropezarse con nadie. Ocox volvió su rostro hacia él y abrió los ojos como platos, como padre cuando su hijo se porta mal, o más bien como amo cuando su mascota hace demasiado ruido. Los guardias levantaron sus picas y apuntaron hacia él.

—Úsenme a mí —dijo Korian, con una voz quebrada y cargada de melancolía—, sean hombres y no le hagan daño a un anciano.

—¿Qué osaste a decirnos? —la voz de Ocox no salió de su boca en forma de grito, sino que emergió de él como un susurro amenazador.

La Batalla de los MártiresWhere stories live. Discover now