0. Adventu in mundum

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Prólogo
Llegando al mundo
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—Ángel de mi guarda, dulce compañía, no me desampares, ni de noche ni de día, no me dejes solo, que me perdería —El tenue susurró suplicante de un niño  fue atraído como una brisa chocando contra sus tímpanos

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—Ángel de mi guarda, dulce compañía, no me desampares, ni de noche ni de día, no me dejes solo, que me perdería —El tenue susurró suplicante de un niño  fue atraído como una brisa chocando contra sus tímpanos.

Su larga cabellera dorada caía como una especie de cortina sobre su rosado rostro inclinado hacía adelante, ella estaba arrodillada sobre su maléolo derecha, a la vez que tenía la palma de su mano izquierda sobre la superficie áspera y humedad del suelo.   

—Tengo miedo, por favor no dejes que me lleven—una vez más aquella voz resonó tan desesperado.

Ella abrió de golpe ambos párpados.  

Sus orbes azules captaron su alrededor, miles de árboles le rodeaban, siendo evidente que era un frondoso bosque, algo tétrico, mientras que los sonidos nocturnos inundaron sus tímpanos no solo lo de los animales salvajes sino los de la naturaleza como tal.

«Así... ¿Qué este es el mundo mortal?» se preguntó, mientras que en sus labios se escapaba una dulce risa. 

La rubia sintió el peso extras en su espalda,  justo allí estaban sus más preciados extremidades; blancas como las mismísimas perlas de la valvas del océano, siendo tan nuevo para ella estar en aquella forma cuando siempre había sido un ser de energía o un ser invisible para los humanos, pero ahora es tan real como uno de ellos. 

—¡Basta, déjenme!—nuevamente la desesperación de aquel pequeño ser atrajo amargura en su pecho con tan solo escucharle. 

Ella abrió las alas y echó a volar.

No pudo retener el suspiro pesado que le provocó el contacto del aire frío y puro en su rostro. 

¿Cuánto tiempo llevaba sin sentirlo? 

Puede que fueran minutos, tal vez horas o días, pero le había parecido una eternidad.

A veces le pasaba.

Una extraña fuerza tiraba de sus alas hacía el suelo, cada pluma se entumecía y sufría una transformación, hasta entonces siempre pasajera, impidiéndole volar. Aunque en general no duraba mucho, a ella, ser de aire, le hacía sentir un miedo atroz al verse convertido en una bestia enjaulada, en un ave con muñones en lugar de alas.

Sacudió la cabeza para librarse de aquellos pensamientos y batió las alas con fuerza.

Al poco rato vio su destino: en medio de una inmensa vegetación de árboles se ubicaba un pueblito que llevaba por nombre "Forks"  el lugar donde provenía  el aclamante llamado,  a la lejanía se alzaba una antena de señal  que llegaba más allá de las nubes, y en su extremo se encontraba una plataforma.

𝐅𝐚𝐥𝐥𝐞𝐧 𝐀𝐧𝐠𝐞𝐥 ― 𝓟𝓪𝓾𝓵 𝓛𝓪𝓱𝓸𝓽𝓮Kde žijí příběhy. Začni objevovat