-¡Minna, me has asustado! - dijo Philips con la mano en el pecho. Su ritmo cardíaco se disparó.
-Lo siento. - dijo la munfita con su risita de siempre. Esta le pegó la risa, y ambos sonrieron. - Ven tengo que deciros algo muy importante.
El muchacho se puso serio de inmediato y se levantó sacudiéndose las migajas de la ropa. El hada cogió del dedo pulgar del niño y desaparecieron, dejando una estela de motitas brillantes.
Instante después, el pequeño y Minna aparecieron en su lugar del mundo, junto con otros amigos.
-¡Marit! ¡Cuanto tiempo!- los dos chicos corriendo hasta abrazarse. Ese era su saludo. Los hacían más fuertes y seguros; a salvo de las crueldades de la vida. Marit lloraba, siempre lo hacía, pero sus gotitas mostraban alegría y felicidad. Lo desprendía y todos reían contentos.
Cuando se separaron, Minna irrumpió enseguida. Estaba preocupada.
-Chicos. Tengo que contaros algo.
-Yo también. - siguió Philips.
Estaba claro que este estaba raro, y su amiga Marit lo había notado.
-He visto algo. Algo que nunca hemos visto. Lo han creado. A ella. Es... Tiene un sombrero y una escoba... - se estaba poniendo nervioso. Había visto tantas cosas increíbles, pero tan malignas.
-Tranquilo. Venga, empieza desde lo que habías visto. - intentó Marit.
-Vi a mi padre y a su general bajando por un sitio que nunca había visto. Me resultó extraño y decidí bajar. - su amiga te tapó la boca preocupada. Tenía miedo de que le hubiesen pillado. - Empecé a bajar unas escaleras infinitas y caminé por un pasillo larguísimo. Me escondí y oí unas voces raras.
-¿Unas voces? - preguntó Minna, intentando concordar su noticia con la de Philips. Este continuó:
-Me acerqué aún más hasta llegar a la puerta donde estaban esas voces. Una rendija me dejaba ver lo que había dentro y...
Marit estaba conmocionada. No sabía que expresión poner. Estaba asustada de lo que le pudiera contar.
-Mi padre estaba creando una bruja. Una mujer horrible. Había transformado a otra mujer alta y buena. - miró a todos lados, viendo las expresiones de todos sus amigos. Estos soltaron un grito sordo. Marit también lo hizo, pero Minna no.
-Eso es lo que os quería decir. Una magia oscura ha nacido. Esta suelta por estas tierras. Se hace llamar Clanmiana. Y tiene un claro propósito: raptar a Melfos.
En ese momento, Marit soltó gotas gordas de los ojos. Brillantes. Profundas. Pero dolorosas. Se tapó la boca, embobada. En busca de una esperanza, volvió su mirada hacia el pueblo, pensando en su padre y se deshizo en el duro suelo de tierra.
La hada y su grandioso grupo se rejuntaron hasta quedar en un gran círculo, para discutir la situación.
Mientras tanto Philips apoyaba a su querida amiga.
Nada resultaba eficaz. Y el niño pensó en que ella necesitaba otro tema de conversación.
-También vi algo. - se atrevió Philips con la esperanza de que Marit reaccionara. Esta le miró inconsciente. Le observaba porque su voz entró en su cabeza. Pero no habló.
-Vi una tumba. La de mi madre. - lo dijo contento, emocionado de saber que la tenía. Aunque no pudiese verla, la sentía en su corazón, a su lado.
Marit sonrió por sentido común y se abrazaron.
-¿Cómo se llama tu madre? - preguntó débil la niña.
-Eleonor. Se llama Eleonor. - contestó orgulloso. Marit hizo una mueca de curiosidad.
-¿Eleonor? Me resulta familiar ese nombre. Como si... - no terminó la frase. Minna se percató de aquella charla y sonrió. Sabía por qué era tan familiar para ella pero aún no. Aún no.
-¡Ahh! - ese grito los asustó a todos, y estos miraron a Marit.
-¡Ahh! - ahora sus ojos se dirigían hasta Philips. - ¿Qué ocurre Minna? - Esta se dirigió hasta ellos dos y les miró las manos. Sentían un pinchazo, significaba aviso de magia oscura.
-Se acerca. Clanmiana se acerca. Viene hacia aquí. - dijo la munfita. Marit no se despidió de nadie. Sólo podía correr. Correr hasta su pueblo donde se encontraba Melfos durmiendo en su butaca de madera, junto a la chimenea. Las lágrimas de la niña se soltaban de los ojos y flotaban en el aire hasta caer en la tierra. Philips la siguió. No le importaba si no iba a su habitación. Quería ayudar a su amiga. El zorrito corrió hasta la guarida de los Munfos y se cobijó resguardado. Estos también se escondieron. Una magia oscura acechaba por el bosque. Cuando la bruja pasaba a gran velocidad, provocaba un viento veloz capaz de arrancar flores y ramas de árboles. Tenía prisa, y estaba impaciente de cumplir con las órdenes de Dissior.
Cuando llegó al final del bosque, se bajó de la escoba y la sostuvo en la mano. Caminó hasta la entradilla y se detuvo. Por las vibraciones que desprendía, los habitantes que caminaban dando paseos y cultivando, la miró. Algunos soltaron un grito sordo. Otros se tapaban la boca y se paraban en medio de la calle principal.
-Busco a un anciano y a una niñita. ¿Vive aquí? - en realidad no era una pregunta, ella hizo una afirmación; una realidad. Nadie contestó. No iban a delatar a aquella dulce familia.
-Bueno, pues si nadie responde, tendré que hacerlo yo sólita. - se chuleó, y comenzó a mirar a todos los niños detenidos junto con sus familias. - Empezaré por esta. - señaló con aquella uña larga y verde. Algunas personas se taparon la boca. Pensaron que estaban dentro y le pillarían. Cuando la bruja subía los escalones a la entrada, todos hablaban por lo bajo, asustados por lo que estaba, pasando y lo que ocurriría si...
Clanmiana nunca llamaba a la puerta, y tampoco iba a hacerlo en este caso. Con la mano lanzó un conjuro y estrelló la puerta dentro de la sala principal. Se hizo añicos, pero a ella no le importaba en absoluto.
-¿Dónde estáis? Anciano sal. No es personal, pero tengo que cumplir órdenes de Dissior. ¿Lo conoces? - giraba la cabeza buscando. Nada. Abría puertas, armarios, - aunque fueran pequeños, daba igual para ella - habitaciones y salió al jardín de atrás. Como no encontró lo que buscaba, descargó toda su rabia en destrozar el gran huerto de Melfos. Tras romperlo todo, salió por la puerta y voló. Levantó la mano y lanzó un hechizo negro, se extendió por todas la cabañas y Clanmiana pudo ver el interior de cada una. Nada. Ni rastro de ellos.
-¿Dónde estarán? - concluyó. Se marchó dando la vuelta y no se volvió a saber nada más. Todos entraron en sus respectivos hogares, y el pueblo se quedó en completo silencio.
Mientras tanto, en Amcar, cuatro personas ambulaban por las profundidades del castillo. Un anciano, dos niños y un hada.
-¿Por qué hemos venido a este sitio? - dijo Minna mirando a Philips.
-He sido yo. Ha sido el lugar en el que estaba pensando en cuanto nos hemos desaparecido. - respondió el pequeño. Melfos miraba a Philips con miedo y curiosidad. Desde que el alcalde le comentó aquella conversación en la sala, tenía inseguridad de lo que pensaba. Aquella mujer embarazada y su esposo eran los padres de Philips, y la mujer tenía un gran parecido con Marit.
-Venid, os enseñaré a mi madre. - comentó el niño. Todos le siguieron. Marit tenía ganas de conocer a la madre de su amigo. - Aquí.
Melfos disimulaba. Estaba nervioso, inquieto. Miraba a su hija con temor, esperando a que no hiciese ninguna pregunta. Pero no fue así.
-¿Y mamá donde está, papi? - preguntó la pequeña. Minna la miró con tristeza porque ella sabía todo. Todo.
Melfos no sabía que responder. Jamás lo había, pensado, y ahora no estaba preparado para aquella pregunta. Todos le miraban, y el hada se impacientaba. Melfos no tuvo otra opción. No quería herirla.
-Huyó. Se marchó y no volvió. - dijo decepcionado. La, pequeña se entristeció pero no hizo nada nuevo.
-Volverá. - habló ella con esperanza.
Su padre sonrió y un ruido tembloroso les despertó a todos de aquella nube.
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Flores de invierno I
FantasyPara Melfos su vida siempre había sido la misma. Pero cuando un día, ve junto a su puerta un bebé, su vida tal y como la conoce, cambia totalmente. Marit deberá afrontar todo lo que se ha estado haciendo en su ausencia. Tendrá que enfrentarse a sus...
