Encuentro

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Después de ordenar mi quinto tequila decidí regresar al sanitario para remojar mi cabeza y planear la estrategia para llevarla a casa. De salida del baño me la topé de nuevo, esta vez sonrió más prolongado y desde el primer paso en que nuestras miradas se encontraron.

-Y a ti, quien te atropelló? –Preguntó más en tono de burla que en tono de preocupación-

-Un taxi y un camión de basura, tuvieron que ver con cómo me veo hoy.- Repuse.- Pero créeme que se llevaron los que se merecían.

-Tu dignidad, quiero pensar. –Replicó- Porque no se ve como que hayas ganado.

-Debiste estar ahí… -Gesticulé como tratando de averiguar su nombre.-

-Atia.

La miré con desconcierto, era un nombre poco común pero como si ese nombre poco común fuera el nombre que aún no pronunciaba pero que se suponía debí haber pronunciado toda mi vida. Con todo lo que soy y todo lo que fui, siempre hubo cierto nivel de vacío que perduraba siempre. Sentí que debía hablar con ella más pero los pasos hacia el rumbo de alejarnos se terminaban y no podía detenerme a hablar con ella sin que tuviera que recibir otra paliza. No dije más, le sonreí y seguí mi camino.

El bar estaba en un hotel derruido y sucio, no un lugar apropiado para la visión que esta mujer era. Dadas ciertas características del chico de la camisa T, era muy probable que se tratara de un lugar que él frecuentaba y, basándome en las miradas que él y la chica de los cigarrillos se echaban, sospecho que lo frecuentaba más él que él con Atia.

Decidí hacer un movimiento estratégico. Pasadas ya las 11:30 comencé a ver que más amigos del chico T arribaban. En diferentes estados de embriaguez y en diferentes estados de ánimo, pronto la mesa se convirtió en una mesa de 11 personas. Todos parecían perteneces al lugar excepto ella. Se me ocurrió, como siempre en un movimiento suicida, una idea aún más suicida. Me levanté por última vez al baño y cuando pasaba por su mesa, me tropecé “Accidentalmente” con el tipo más grande de la mesa de manera que le tirara un trago de vodka a las piernas de Atia.

No hace falta decir la furia que mis acciones levantaron en una mesa de 7 hombres de gimnasio con un grado elevado de alcohol. Honestamente nunca he sido un hombre de guerra, simplemente hoy tuve la mejor de las peores suertes por ninguna razón en absoluto, por lo que tendría que tratar de exprimir un poco más mi suerte por la promesa de una posibilidad de echarme en la cama a esta preciosa mujer.

En mi más grandiosa interpretación de un borracho perdido, pedí todas las disculpas que se pueden pedir en ese estado sin poder pronunciar correctamente otra palabra más que las 6 dichas con semiperfecta dicción: “déjenme compensarles, les compro una botella”. Palabras que todo alcohólico quiere escuchar alguna vez. La falta de presupuesto más el hecho que la ofensa no fue tan severa para los jóvenes atléticos como para la dulce recompensa, no solo no me terminaron de dar una golpiza, sino que me invitaron a formar parte de su mesa, claro está, después de que la botella prometida llego a la mesa.

Claro está, las otras 3 féminas además de Atia que les acompañaban a esta bandada de alcohólicos sociales, no estaban muy contentas con la decisión de incluirme en su fiesta, pero tengo un particular grupo de habilidades que me abren las puertas del mundo. Yo… hablo. Y ese don de tener la lengua de plata, ha logrado que esta sea apenas la segunda golpiza de mi vida a pesar de ponerme en situaciones que siempre ameritan una golpiza.

El reflejo de la BarraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora