Capítulo 32, El Reino Sin Reina.

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Los últimos rayos de sol iluminaban el bello rostro de Valérie cuando el drakkar proviniente de tierras danesas atracó en el puerto de Kattegat. A pesar de haber partido de la ciudad hacía apenas unos días, decenas de curiosos se habían amontonado en la arena para poder presenciar el regreso de los príncipes de Noruega. Lo que no esperaban, sin embargo, era que una sexta persona los acompañara.

Era bien sabido entre la gente de Kattegat que la célebre Princesa de Valquirias había abandonado la ciudad varios meses atrás para casarse con el príncipe de Dinamarca, así que cuando la primera persona gritó el nombre de Valérie todos lo miraron como si estuviera loco. No obstante, tan pronto como la joven abandonó el barco y puso los pies en tierra firme, quedó claro que se trataba de la misma Princesa de Valquirias. A pesar del deterioro en su imagen y su vientre hinchado, la cabellera rubia y los ojos azules eran inconfundibles.

Nadie sabía por qué había decidido regresar a Kattegat, pero de alguna forma se alegraban de que hubiese vuelto. Desde que Ragnar la había traído a la ciudad más de un año atrás la buena fortuna los había acompañado. Las cosechas habían sido buenas, el tiempo gentil y Kattegat había resistido el gran ataque del salvaje Jarl Odd. Este último verano, sin embargo, ella se había marchado y su viaje a París había sido todo un fracaso. Los ciudadanos de Kattegat tenían bastante claro que los dioses protegían a Valérie y donde fuera que ella fuese ellos la acompañaban.

Lo primero que hizo la Princesa fue intentar distinguir a los reyes entre la multitud. No obstante, no había rastro de Ragnar ni tampoco de Aslaug. Extrañada por su ausencia, la joven esperó a que también Hvitserk, Ubbe, Ivar y Sigurd abandonaran el navío, no sin antes ayudar a su hermano mayor. Tan pronto como los hombres de Ragnar se dieron cuenta de que Bjørn no podía caminar por sí mismo, media decena de guerreros corrieron a trasladarlo al palacio real donde los curanderos iban a encargarse de sanar su pierna. Lo siguió Hvitserk, que ya llevaba los vendajes de su brazo derecho llenos de sangre.

—Bienvenida a casa, Princesa —dijo Ivar mientras, apoyado en sus muletas de madera, se las arreglaba para caminar a su lado. Valérie miró a su alrededor y suspiró, feliz de regresar a Kattegat. A pesar de solamente haber pasado en la capital noruega algo más de un año, todo lo que la rodeaba le proporcionaba un reconfortante sentimiento de familiaridad. Desde el concurrido puerto hasta las hediondas granjas, Kattegat nunca la había hecho tan feliz.

Lo único que hacía remover su estómago era la idea de tener que volver a ver a la reina Aslaug. No sabía qué debía hacer. ¿Iba a ser valiente y enfrentarse a ella o por el contrario optaría por la opción fácil y rehuiría el tema como había hecho hasta ahora? A esas alturas, donde fuese que se encontrase la reina, Valérie supuso que Aslaug ya debía saber que había regresado a Kattegat y no tenía ni idea de lo que la reina tenía reservado para ella.

Valérie caminó junto al joven Sin Huesos hasta el palacio real en completo silencio mientras su mente reproducía cientos de posibles escenarios a los que podría tener que enfrentarse. Por un momento, se imaginó a decenas de guardias en el salón real listos para apresarla y un escalofrío la sacudió de arriba abajo. No obstante, en seguida se dio cuenta que semejante idea no tenía ni pies ni cabeza. Ragnar no lo permitiría.

Pero cuál fue su sorpresa cuando, sin darse cuenta, llegaron a las puertas de palacio y lo encontraron vacío. Si bien estaba a rebosar de sirvientes y curanderos que corrían en todas direcciones para atender a los príncipes, Valérie no supo ver a los monarcas por ningún sitio. Una sirvienta que en un momento dado pasó corriendo por su lado los informó de que la reina Aslaug había abandonado la ciudad esa misma mañana sin dar explicaciones sobre dónde iba.

Entre VikingosWhere stories live. Discover now