prólogo

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LOS PRIMEROS rayos del día se habían colado ya por su ventana, golpeando directamente en la cara de la adolescente, que bostezó sonoramente y se desperezó con lentitud. Rodó por su cama y tras quedarse en el borde de la misma decidió levantarse.

Se visitó con unos pantalones ajustados, una blusa suelta y unas botas de caña alta, luego bajó a la cocina.

— ¡Mamá! ¿Aún estás aquí?— Preguntó confusa dándole un beso en la mejilla a la mujer, la rubia de pelo corto sonrió quitando la tostada de su boca.

— Me voy ya, te quiero mucho y espero que te vaya bien en el campo de entrenamiento, te enviaré cartas.— Dio un beso en la cabeza de Liselot y después corrió a la puerta para marcharse a trabajar.

Liselot suspiró con pesadez y salió de su casa también para desayunar en la casa de su vecino.

— Hola idiota.—Saludo Liselot cuando Jean le abrió la puerta.

Jean Kirschtein, su vecino y mejor amigo desde que eran pequeños, era un chico bastante alto para recién estar entrando en la adolescencia, era castaño y con las cejas finas y largas, sus ojos eran marrones.

— Que te den.— Respondió él apartándose de la puerta para dejarla pasar.— Estas muy guapa hoy, Lis.

— Siempre lo estoy.— Exclamó soltando una risita y guiñándole el ojo a Jean, en respuesta, el chico negó divertido y adelantó a la castaña por el pasillo que daba a la cocina-comedor de su casa.— Buenos días, tíos.

— ¡Lis, querida!— Exclamó Flora, la madre de Jean, aproximándole una taza de café. La joven la miró agradecida y le dio un sorbo.

— ¿Estáis nerviosos?— Preguntó Fabian, el padre del chico, mirándolos por encima de su libro sobre las murallas.

Jean y Liselot se miraron antes de mirar a los padres del chico:— Para nada.—Contestaron al mismo tiempo.— Seremos los mejores e iremos a la Policía Militar.— Flora se acercó a ellos con lágrimas en los ojos.

— Mis niños, habéis crecido tanto...— Ahogó un sollozo mientras acariciaba la mejilla de Liselot y el brazo de Jean.— Y pensar que os conocéis desde recién nacidos...— Los llevó hacia ella con fuerza.— ¡En unos años seréis los mejores policías que existan en todas las murallas!

— Flora...— Pidió el hombre castaño dejando sus gafas y el libro en la mesa y yendo con tranquilidad hacia los adolescentes.— Estamos muy orgullosos de vosotros, por lo que sois ahora y por lo que seréis en unos años.— Liselot sonrió y se dejó abrazar por Fabian mientras Jean consolaba a su madre con nerviosismo.

— Es hora de irnos.— Indicó la castaña sonriendo con tristeza a los padres de su mejor amigo.

— Cuidaos mucho chicos, os queremos.— La madre de Jean se despidió por última vez y los adolescentes salieron de casa con nerviosismo.

Caminaron al mercado, donde los recogería una carreta para ir al campo de entrenamiento:— Estoy nerviosa, Jean.— Soltó jugando con sus manos. Jean la abrazó por los hombros y sobó su brazo con suavidad.

— Nos irá bien si nos mantenemos juntos. Somos una piña.— Liselot levantó la cabeza para mirarlo con determinación.

— Somos una piña.— Repitió en un susurro.

— Repitió en un susurro

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