Chocolate

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Disclamer: Todos los personajes, escenarios y parte de la trama son propiedad de Thomas Astruc y Jeremy Zag. Yo solo escribo esta historia por diversión.

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-Chocolate-

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Una sombra cruzó, sigilosa a más no poder, la cocina en calma y sin luz de la casa de los Dupain Cheng. Era tarde y los abnegados padres y panaderos que allí vivían hacía rato que dormían en su dormitorio del piso superior, pero por precaución, era mejor hacer el menor ruido posible.

La puerta solía chirriar, no siempre, pero a esas horas seguro que lo haría. Había tenido la buena idea de dejarla abierta, usando un diminuto trozo de papel entre el suelo y la madera para evitar que alguien la cerrara en un descuido. Se deslizó por el umbral y siguió con una mano la línea de la encimera, rumbo al fondo de la estancia; allí estaba su objetivo, la enorme nevera. Llegó hasta ella sin tropezarse con nada (una gran proeza), alargó la mano y acarició el tirador. Suspiró con la ansiedad picándole la garganta y finalmente, la abrió.

El resplandor del interior del electrodoméstico le dio de lleno, iluminando los dos zafiros que tenía por ojos. Una vez que se acostumbraron al deslumbramiento recorrió balda por balda hasta dar con su premio: una caja alargada de cartón con el bonito logotipo de la panadería. Se le hizo la boca agua y un regocijo nervioso la hizo vibrar cuando sus dedos rozaron el cartón.

—Marinette, ¿qué...? —La joven le hizo un gesto de silencio al pequeño Kwami que flotó junto a su cabeza. Necesitaba concentración para rematar el hurto de manera limpia y silenciosa.

Sacando la punta de la lengua, Marinette se estiró sobre sus pies para alcanzar la caja que su padre había colocado en la parte más alta. Se estiró un poco más para afianzar el agarre, sus dedos se hincaron en el borde y cuando su cuerpo retrocedió, se llevó la caja consigo. Eufórica la apretó contra su pecho pero de inmediato hizo una mueca; estaba helada. Pero resistió sin borrar su sonrisa. Le hizo un nuevo gesto al Kwami y las dos se dirigieron a la salida.

Mantuvieron el mutismo mientras subían el primer tramo de escalera. La caja le quemaba los dedos debido a la temperatura, pero no podía arriesgarse a cambiarla de posición; no con sus reflejos. Llegaron a la primera planta y ambas miraron en dirección a la puerta que daba al pasillo donde estaba el dormitorio de sus padres.

Oyeron ronquidos y una respiración silbante. Todo en orden.

A pesar de ello, no pudieron evitar subir el último tramo encorvadas, como si encogiéndose sobre sí mismas pudieran camuflarse con las sombras que decoraban el salón. El reloj de la pared dio la una de la madrugada, pero Marinette evitó mirarlo directamente.

Cruzaron la trampilla y se dejaron caer en el suelo. Por fin respiraron hondo.

—Misión cumplida —suspiró la chica. Apoyó la caja en su regazo y se masajeó las manos para que recuperaran la sensibilidad. Después, apretando los labios, la abrió y una sonrisa empalagosa apareció en su rostro—. Bien hecho —Se animó a sí misma, pero Tikki arqueó una ceja.

—¿A qué viene tanto misterio por unos bombones?

—Son bombones de chocolate negro rellenos de helado, Tikki —Le explicó. Tomó uno entre sus dedos y lo miró con adoración—. ¡Esta es la delicia más increíble del universo!

—¿Ah sí? ¿Más que las galletas de chocolate? ¿Más que los macaron de tu padre?

Por respuesta, la chica acercó el bombón a la boca del Kwami que lo mordió casi por impulso. Lo degustó con escepticismo y su cuerpecito se agitó ante el frío, pero sus enormes ojos no tardaron en abrirse por la impresión. Dio una voltereta en el aire soltando un chillido de júbilo y le arrebató el resto del bombón a la chica.

Luces ApagadasWhere stories live. Discover now