|Mᴏᴍᴇɴᴛᴏ XXII|

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Hange se mordía las uñas de manera nerviosa, dando vueltas por toda la oficina y asomándose por la ventana cada cinco segundos

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Hange se mordía las uñas de manera nerviosa, dando vueltas por toda la oficina y asomándose por la ventana cada cinco segundos. Dio ligeros golpecitos al piso con la punta del pie, se mordió las uñas, se recostó sobre el escritorio con la cabeza colgando; la situación era así de grave que incluso intentó ordenar un poco sus cosas.

La noche estaba fresca, se preguntó si su pequeña soldado habría empacado un suéter, si no, esperaba que el ministro agarrara caballerosidad de donde no tenía, y le prestara su saco. Los nervios la invadían, dejándole un cosquilleo imparable en el estómago. Estaba preocupada, por supuesto que sí; Geheim había abandonado el cuartel un par de horas antes, acompañada del hombre que pretendía hacerle daño. Se sentía como una madre asustadiza, aguardando por ella incluso fuera pasada la media noche.

Alguien tocó la puerta, se sacó el dedo pulgar de la boca con un hilo de saliva colgando, y corrió a abrir. Del otro lado apareció un enano loco de la limpieza mata titanes, con su muy común frente arrugada. El hombrecillo chasqueó la lengua al ver su aspecto desaliñado y entró sin esperar invitación. Antes de cerrar la puerta detrás de ambos, Hange verificó que no hubiera nadie rondando por los pasillos.

—No lo hagas tan evidente, gafas —la regañó buscando un lugar dónde sentarse.

El desorden de su amiga había sido algo a lo que tuvo que acostumbrarse a la fuerza, y es que Hage tenía un modo sumamente extraño de organizar sus cosas y saber dónde identificarlas sin necesidad de brincar en medio del enorme pozo de papeles. Era una situación crítica a sus ojos, pero extrañamente, sea como fuera que la mujer con lentes acomodaba todo, funcionaba; por eso tuvo que quedarse callado y pensarla un sinfín de veces antes de visitarla.

—Lo siento, no hace falta que te diga lo nerviosa que estoy, ¿verdad?

—No, claro que no.

La mujer con coleta se pegó a la ventana empañándola con el vapor expulsado de su boca.

Tsk, deja de hacer eso, mierda.

—¿Sudeon ya se fue? —Pudo verlo negar en el reflejo del vidrio.

De igual manera, se encontraba en ese estado gracias al regreso del asistente del ministro al cuartel general del Cuerpo de Exploración. Ella, al ser la encargada de buscar la dichosa carta, tuvo que retrasar el plan hasta que el empleado no saliera de ahí.

—Sigue sacando cajas como si su existencia dependiera de ello —se quejó el hombre de baja estatura.

—Es normal, supongo que se deberá al viaje. —Lamió la ventana quedando asqueada por el sabor a polvo y mugre.

—Erwin ha calculado el tiempo que tarda en llevar las cosas hasta la carreta —avisó removiendo una montaña de hojas apiladas para poder tomar asiento sobre la esquina del escritorio—. Ese estúpido, casi podría llegar a jurar que compró todo Shiganshina, no tienes idea de la cantidad de equipaje que lleva.

SILENCE || Levi Ackerman (En edición)Where stories live. Discover now