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Para Valentina, visitar a su abuela era una de las mejores formas de pasar el fin de semana.

Desde pequeña siempre se sintió atraída por aquél lugar como a ningún otro de los tantos que había conocido viajando con sus padres y hermanos.

Mientras Eva y Guille pedían ir a Valle o algún otro destino de playa, Valentina prefería que la familia entera recorriera la hora y media que había de de distancia entre la mansión Carvajal y la casa de Yaya, como todos llamaban a la abuela, y disfrutar del bosque que la rodeaba, los establos que aún conservaban un par de caballos que Yaya y sus empleados cuidaban con tanta devoción, el clima templado, el canto de las aves por la mañana y la belleza de la neblina escabulléndose por entre los árboles colina abajo, hasta cubrirlo todo con este manto blanco que la obligaba gustosamente a usar ropa invernal y sentarse frente a la chimenea o junto a la ventana con una taza de café humeante entre sus manos a observar el halo de las lámparas hacerse cada vez más visible al iluminar las minúsculas partículas de la bruma que lo envolvía todo.

Lucía solía comentar en tono de juego que parecía que Valentina gustaba más de pasar el tiempo ahí que su propia casa, y bueno... a la más pequeña de los Carvajal no le parecía ninguna broma pues era totalmente la verdad. No había lugar en el mundo que le diera esa sensación de pertenencia, de estar en su hogar, como lo hacía aquél sitio.

¿Por qué?

Bueno, eso era indefinido, pero se lo atribuía más que nada a Yaya y sus famosas galletas de mantequilla, al café que Rolando, el hermano de Tiberio y principal ayudante de su abuela, tostaba para el consumo de todos ahí, a ese aire acogedor que encontraba entre aquéllas paredes y esa naturaleza que las rodeaba y a poder también deleitarse con la compañía de su Yaya.

Todas esas razones formaban parte de la lista de cosas que Valentina más amaba en la vida.

Eso, más su familia, montar a caballo y el cine de arte.

Y bueno, si la vida le regalaba a veces la oportunidad de estar ahí, tomando café caliente, disfrutando de una película arropada junto a su abuelita, quién era ella para no aprovechar.

— Hija, — habló Yaya observándola acomodarse junto a ella y extender la cobija para que las cubriera a ambas— ¿estás segura de que no prefieres que pongamos una de esas películas que te gustan a ti?

Valentina sonrió al escucharla.

— No Yaya, esta movie está perfecta, ya sabes que a mí me gustan mucho las pelis de antes — le aseguró, subiendo el volumen con el control remoto— además dices que esta era una de las favoritas de la abuela Rebeca, ¿no es así?

En el rostro de la mujer de edad avanzada de dibujó un gesto mezcla de alegría y melancolía. El día siguiente marcaba la fecha de cumpleaños de la bisabuela de Valentina, la mamá de Yaya, y se le había ocurrido a ésta última pedirle que vieran juntas una de las películas que ella solía disfrutar con su madre cuando niña.

Un par de años atrás la castaña le había regalado a Yaya varios de los títulos que su bisabuela atesoraba con tantísimo cariño en versiones remasterizadas para que las disfrutara siempre que pudiera.

Casi siempre se concentraban en el final pues era la parte predilecta de la bisabuela Rebeca y en donde no pasaba una ocasión sin que terminara derramando algunas lágrimas.

Esta no era la primera vez que Valentina veía este filme en particular y le parecía curioso que la mamá de Yaya llorara justo con esa parte, pues fuera de lo cursi que era, no veía nada extraordinario en él.

La bisabuela debió haber sido una romántica empedernida.

—Sí, yo creo que ésta debe ser la que más le gustaba.

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