𝐈

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Especialmente ese día llovía de más.

Las calles estaban empapadas de agua, y todavía se podía notar a la lejanía cómo otra tormenta empezaba a avecinarse. Era un día negro, lo suficiente cómo para inventar una excusa y no ir al trabajo, a veces era la mejor opción.

Claro, eso hubiera hecho él, si su jefe no lo hubiera llamado a las siete de la mañana de un miércoles lluvioso, donde su única prioridad era ver si Rachel de Friends realmente había aceptado quedarse con Ross. 

Pero no.

Él tuvo que despertarse a causa del viento golpeteando las ventanas de su balcón, justo en el momento indicado qué, su jefe, lo llamó no teniendo otra opción más que apretar los dientes con fuerza al abotonarse la camisa blanca y dirigirse a la editorial.

Tampoco contaba con qué ningún autobús pasara por la parada más cercana, ni que la tormenta que previamente se veía a la lejanía ya estaba encima de su cabeza lloviendo torrencialmente, mojando así todo su preciado traje azul que tanto esperó que se secara. Lamentablemente, ese no era su día.

Aunque le valió mierda su traje y pisó cada charco de las veredas rellenas de agua.

A veces pensaba que el mundo estaba en su contra cuando las cosas no ocurrían cómo las había planeado, porque él era la clase de persona que debía tener todo en su respectivo lugar y los eventos debían ser previamente planeados, ya que si eso no los organizaba con anterioridad todo se volvería un caos.

Pero él no había planeado que una tormenta azotara Beijing cómo si fuera la última de la temporada, ni que su jefe lo llamara a mitad de un desayuno a las siete con treinta de la mañana, además de que sus malditas ventanas seguían golpeándose con el viento.

A fin de cuentas allí se encontraba, en el octavo piso de la editorial afrontando la situación cómo todo un guerrero en ese especial día qué, sabía, iba a acabarlo cómo una caja de seguridad cayendo sobre un gato.

Esa típica metáfora.

Todo su día de porquería había comenzado por esas tontas ventanas. Luego arreglaría cuentas con cada una de ellas.

El ruido de las bocinas del tráfico debajo suyo lo hicieron volver a la realidad en donde se encontraba, a casi veinticuatro metros de altura del suelo, donde la vista era más que espectacular.

Era la vista más bonita que había elegido; podía ver toda la ciudad en una sola mirada desde ese punto, hasta su visión le permitía el observar cómo es que la tormenta abarcaba gran parte del cielo y cómo a la lejanía las nubes se dispersaban con una mínima velocidad. Era simplemente hermoso y agradecía eternamente que su jefe le haya concedido ese lugar de trabajo, porque entonces ahí podía quedarse horas mirando el mejor paisaje de Beijing.

Si así no iba a ser su miércoles, preferiría tirarse de esa altura.

Suspiró cuando tuvo que caer a la cruda realidad una vez más, encontrándose a si mismo en su oficina mientras el manuscrito que había escrito hacía diez días atrás yacía en su escritorio y su secretario estaba parado a su frente esperando su respuesta.

BODYGUARD'S LOVE : norenWhere stories live. Discover now