Capítulo 27: Enemigas

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Jess

¿Por qué sentía tantas ganas de darle un puñetazo?

Dos sesiones atrás, me parecía una mujer muy linda e inteligente... en ese momento era una desgraciada infeliz.

«Es una amiga», la voz de Milo apareció en mi cabeza.

¿Amiga? ¡¿Amiga?! ¡¿Acaso besaba a todas sus amigas?!

Milo no se salvaría de esa, aunque no fuéramos realmente nada serio, no se salvaría. Se merecía mi indiferencia, mi desprecio... Sí, nuevamente lo despreciaba.

«Soy una bipolar». No, no podía serlo o la tal Verónica ya se hubiera dado cuenta y me hubiera enviado con un psiquiatra. El problema aquí era Milo, no yo.

La sesión había terminado ya. Verónica estaba terminando de anotar unas cosas en el ordenador y luego me dio una sonrisa.

—Vamos.

—¿No tienes más pacientes? —le pregunté cuando me paré.

—No, los viernes no suelen ser días activos.

—Ah... genial —dije con poco ánimo.

Ambas salimos y fuimos a la sala de espera para encontrarnos con Milo.

—¿Podemos ir a tu casa? —preguntó Verónica.

—Claro —dijo Milo—. ¿Tienes auto?

—Sí, adelántate. Aún recuerdo cómo llegar.

Milo asintió y me hizo una seña para que lo siguiera. Lo seguí de mala gana, pues en ese momento solo quería darle una cachetada o una patada en la entrepierna, pero debí reprimir las ganas.

—¿Cómo te fue?

—Bien —dije con un tono de indiferencia.

—¿Segura?

—Sí.

—¿Entonces por qué me contestas así?

—¿Qué te importa?

—Bueno, creo que cuando alguien hace una pregunta, es porque le importa.

—Pues yo no quiero decirte.

Milo siguió caminando en silencio hasta que llegamos al estacionamiento subterráneo del edificio y entramos a su auto.

—¿Quieres que te lleve a tu casa?

—Sí.

—Pues que pena. No lo haré —Milo encendió el auto y yo lo miré furiosa.

—¿Me estas secuestrando?

—No... —lo pensó un momento—. Bueno, puede ser.

—¡Eso es un crimen!

—No me digas —dijo con ironía—. No tenía idea.

—¡Milo!

—¿Qué?

—¡Llévame a mi casa!

—Lo siento, tengo cosas que hacer. ¿Puedes quedarte un rato en mi casa? —pidió amablemente.

—¡No!

—¿Por qué no?

Me crucé de brazos y me tiré contra el respaldo del asiento. Milo no dijo nada más y comenzó a conducir.

Pude sentir como me daba miradas fugaces mientras conducía.

—Jess.

—¿Qué?

¡Ese Es Mi Libro!Where stories live. Discover now