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Una rubia de largos cabellos dió media vuelta, dejando ver sus ojos de color azul tan intensos como el mismo océano, ajustó aquel mandil que tenía puesto y trenzó su larga cabellera con cuidado de no hacerse daño.
— Aika-san, ¡Ya es momento de abrir!- La voz del cocinero resonó por todo el lugar, sacando una sonrisa en la menor. Haciendo caso de aquellas palabras, acomodó mejor su mandil y salió del lugar no sin antes dar un último vistazo a su apariencia.
Era el primer día de verano, la mañana estaba soleada y el clima lucía demasiado ameno.
Cuando ingresó el primer cliente Aika se acercó a él y tomó su orden sin borrar aquella amable sonrisa de su semblante. Ella trabajaba en una pastelería, ¡Era conocida como la mejor de aquel lugar! Y no por ser gourmet o algo parecido, se debía a que el ambiente era tan familiar... Además de que los postres mantenían aquel sabor casero que a los nipones tanto les gustaba.
Era todo un deleite al paladar.
En eso cuando la puerta es abierta, de ahí aparece aquel hombre quien desde el primer día le cautivó (Aunque no fué de buena forma) dió una reverencia ante su mayor y le invitó a pasar con cordialidad.
— Jefe, por favor tome asiento. ¿Desea lo mismo de siempre?- Hoy no era un día laboral para él, solo una vez a la semana se daba tal lujo de descansar y es que no hace mucho había tenido un colapso debido al estrés.
El jefe de Aika (quien se llamaba Víctor, era una persona extranjera) asintió con su cabeza achinando sus ojos al sonreír. En el rostro de la rubia se vió como su mirada se iluminaba, estaba feliz de verlo justo cuando le tocaba trabajar de mesera. Así podía estar un poco más cerca a él.
Y aunque sus sentimientos por ahora eran un secreto, esperaba el momento oportuno de poder confesar lo que guardaba en su interior. Aquel hombre era soltero, a pesar que rondaba en sus cuarenta. Dicen que se casó pero tan pronto como lo hizo se divorció, al final no eran compatibles.
Pero quizás...
Aika algún día podría expresar su sentir sin pena alguna.
...
Haruka cubrió su rostro con sus manos al ver tal escena, sabía que a continuación venía un pequeño monólogo donde explicaba el motivo de su enamoramiento. Y aunque en realidad las cosas no habían sido así, el simple hecho de saber que aquella novela estaba basada en su vida personal, le daba pena.
Observó el rostro de Nana, quien seguía absorta ante su obra maestra, jaloneando del brazo a Haruka quien yacía en el cine con ella.
