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「1998」

–¿Cómo que se opone, señorita Stacey? –preguntó un profesor, a punto de estallar de la ira– ¡Nos sacaron de la competencia de debates!

–Cierto –continuó la señorita Stacey–, pero debemos ponernos en su lugar y no ver el resultado de su error. ¡Estamos hablando de negarles educación formal!

–¿Y eso que importa? –preguntó Phillips.

–¡Les quitamos su derecho a graduarse!

–Hagámoslo –dijo el hombre–, de cualquier manera, no creo que vayan a contribuir a la sociedad, todos terminarán en prisión antes de los 20. ¡Son unos desgraciados!

–Sin duda –dijo la maestra Roberts–, en especial Diana... lo siento, pero su madre parió al demonio.

–Y Gilbert es obvio que está loco –agregó la profesora de Psicología.

–Yo diría que Jerry es el peor –se sumó el maestro de matemáticas–. Me da miedo ese niño, no estamos a salvo con él caminando por nuestros pasillos.

La señorita Stacey parecía muy ofendida.

–Lo están haciendo personal. No lo hagan. Nuestra decisión no se puede basar en este incidente, sino en su comportamiento previo.

–¿Y qué? –respondió el maestro de matemáticas– Son una desgracia para esta escuela. Deben irse.

–¡Profesor, los prejuicios le ocultan la verdad! –dijo la mujer golpeando la mesa.

–Profesora, deje de lado los dichos –dijo Phillips–. Estoy de acuerdo con que deben irse. No perdamos el tiempo, votemos. Señorita Stacey, no lo haga más difícil. Vamos a votar, por favor, vamos. Esta vez nos desharemos de ellos, sin remordimientos.

Durante el tiempo que les estaba tomando decidir sobre el futuro de los muchachos, éstos mismos se encontraban a la expectativa en la sala de detención, Moody, metiendo en su boca la millonésima avellana del día se atrevió a hablar.

–¿Creen que nos expulsen?

–No lo creo –respondió Diana Barry con un tono relajado–. Yo paso por esto cada mes. Tiene que ser unánime.

–Es cierto –dijo Jerry Baynard señalandola–. El mes pasado me salvé diez a dos.

–Eso estuvo muy cerca –el chico Spurgeon parecía impresionado–. Mi récord es ocho a cuatro, al menos cuatro de ellos dijeron «Pobre niño» y aún me tienen aquí, pero ahora, por primera vez siento como...

–Todo estará bien –afirmó Jerry, el otro muchacho lo miró, preocupado– ¿Que vamos a hacer?

Gilbert Blythe vació en su boca las últimas gotas de su botella de alcohol.

–Maldita sea –murmuró.

Moody se acercó a él con la mano abierta.

–Ten, come avellanas.

Gilbert aceptó, en un momento, todos en la habitación sostenían un puñado de las mismas. El director Phillips entró unos minutos más tarde, los miró con desprecio, como siempre, frunció el ceño y habló.

–¡Se Irán a lo más profundo del infierno! –todos lo vieron en silencio– Pero no hoy. Once a uno. Once a uno. No los pude echar solo por una persona, pero créanme que lo voy a hacer, lo voy a hacer ¡aún cuando me quede un solo día de vida, lo voy a pasar tratando de echarlos! ¡Sociópatas!

Y se fue.

–Nos salvamos de nuevo –dijo Moody.

–Diablos –Diana Barry respiró de nuevo–, once a uno.

–Me pregunto quién fue el uno –habló Jerry poniendo su mochila en su hombro.

Los cuatros salieron del salón, caminaron lentamente hasta la sala de profesores y vieron a Anne Shirley-Cuthbert guardando un cuaderno en su mochila.

–La representante de los estudiantes está aquí –dijo el chico Baynard al entrar.

–Es la directora del comité de honor y monitorea todas y cada una de las juntas disciplinarias ¿no? –Diana le siguió el juego.

Anne se giró, con miedo en sus ojos y vio a ambos acercarse a ella.

–¿Qué? ¿Qué sucede? –preguntó– ¿De qué están hablando? ¡Gilbert! ¿Gilbert?

Moody se sentó en una silla.

–Dinos, ¿quién votó para salvarnos?

–¿Que qué? –preguntó la pelirroja cuando no pudo retroceder más.

–El voto de quien nos salvó, ¿quién fue? –preguntó Jerry con seriedad.

–Es confidencial, no puedo decirles...–dijo ella.

–Vamos, cariño –amenazó Diana–. Dínoslo.

–Lo siento, pero...

–¡Dinos! –gritó Jerry.

Anne se sintió intimidada.

–Stacey. La señorita Stacey los defendió. Insistieron, pero ella se opuso y los demás se molestaron mucho con ella.

–¿Solo está Stacey entre nosotros y la expulsión? –preguntó Moody.

–Sí –respondió la pelirroja–, pero...

Jerry le gritó un «¿Qué?».

–No le grites –dijo Gilbert recostando su espalda en la puerta–, o olvidará lo que iba a decir.

–La señorita Stacey se opuso. No quiere que expulsen a nadie –concluyó Anne, entonces tomó sus cosas y salió de ahí, dejando al resto con una mirada pensativa.

「𝐋 𝐎 𝐕 𝐄, 𝐩𝐭. 𝐈 ; 𝐀𝐧𝐧𝐞 𝐰𝐢𝐭𝐡 𝐚𝐧 𝐄」Where stories live. Discover now