Capítulo 11

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Celinda tenía esos bonitos ojos enrojecidos y profundas sombras bajo sus párpados inferiores. Gene pensó que cualquier hombre podría enamorarse de esa apariencia frágil. Como una muñequita de porcelana con una extremidad rota, despertaba los instintos más básicos de protegerla...

Para suerte de ambos, las palomas heridas nunca habían sido su tipo.

Luego de una conversación entre las hermanas, dónde una susurraba y la otra se expresaba con gestos y señas, Kalah la convenció. Celinda buscó en un armario. Entonces le extendió al invitado la primera caja azul junto a la fotografía de la noche anterior.

Eran la misma, no cabía duda, reflexionó al observar la zapatilla deportiva en el interior. Con las manos enguantadas y una expresión difícil de descifrar, levantó la pieza sin tocarla con su piel. Mientras las hermanas lo observaban sentadas a los pies de la cama, Gene giró el objeto entre sus dedos

Tenía cortes en la punta, como si su dueño se hubiera tropezado con frecuencia por caminar distraído. Aunque era un talle grande, no podría decir si perteneció a un hombre o mujer. El color azul del caucho tampoco definía el género. A lo sumo podía afirmar que se trataba de una persona joven o adulta. Alguien que caminaba mucho y le había sacado provecho a su calzado, a juzgar por el desgaste de la suela.

El asesino se tomó el trabajo de lavarlo antes de enviarlo. No había rastros de las manchas de sangre o tierra seca que se percibía en la fotografía.

Entornó los ojos, estudiando la imagen. A pesar del tono enfermizo, se notaba cierto bronceado en la piel expuesta de la pierna. No había rastro de otra prenda de ropa, la cámara no las había captado. Las medias eran soquetes, tan cortos que apenas se vislumbraba una línea.

La tela lucía más oscura... ¿húmeda?

—¿Este fue un otoño cálido? —preguntó.

—Tanto como el corazón de mi ex —respondió Kalah con seguridad—. Tuvimos que sacar leña y mantas del depósito. Creíamos que el invierno se había adelantado.

—¿Lluvia?

—Poca. Mucho viento, la tierra que se levantaba era tremenda...

—¿Qué hay del verano?

—El clima es impredecible en Piedemonte. Pero en general los veranos podrías freír un huevo en una sartén si te limitas a asomarlo por la ventana.

—Algo me dice que este crimen se cometió en verano —Levantó la vista—. Tuvo varios meses para preparar los mensajes. Estamos hablando de alguien muy paciente.

—Con mucho odio mal reprimido...

Gene asintió. Dejó la zapatilla en su caja. Luego se sentó en el suelo con las piernas cruzadas y la espalda recta, la caja ante él. Tomó una profunda respiración para estabilizar sus emociones. Soltó el aire a una velocidad mucho más lenta. Comenzó a quitarse el guante derecho.

—No importa lo que vean. No sé muevan. No sé preocupen —Levantó la vista con su rostro inexpresivo—. No hagan preguntas. Solo puedo sentir la energía presente en los objetos una única vez. Por lo tanto... No. Me. Interrumpan.

Ambas mujeres abrieron los ojos, expectantes, conteniendo la respiración. Gene estaba a punto de comenzar pero esa voz volvió a interrumpir su concentración. Apretó los dientes.

—¿Cómo es eso de sentir la energía?

—¿Qué acabo de decir sobre las preguntas? —gruñó.

—Espera, espera... ¿en serio tienes poderes?

Gene murmuró una maldición. Sabía que ella no desistiría si no le daba al menos una explicación.

—Vengo de una familia que ha despertado su sexto sentido. Soy —su mirada se desvió a un costado— un médium.

La montaña de las cenizas azulesWhere stories live. Discover now