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Sandra estaba muy contenta, ya que al día siguiente le quitarían por fin la escayola a Nana. Había mejorado mucho y ya se intentaba mover más que antes, por lo que Sandra tenía que estar más continuamente encima de ella para que se estuviera quieta. Pero a la muchacha no la importaba; todo lo contrario, la encantaba. Desde luego iba a echar de menos aquellos cuidados.

Se fue a la cama impaciente por despertarse a la mañana siguiente, por lo que tardó en dormirse sin dejar de pensar en cómo le quitarían la escayola. Ella había visto cómo se la colocaban y la había gustado mucho. También la había atraído la forma de hacer las radiografías y cómo el veterinario la miraba para ver cuál era el problema. Sentía un repentino interés por todo eso. Entre todos estos pensamientos, finalmente se quedó dormida.

La despertó su madre. Se levantó de un salto de la cama y comenzó a buscar rápidamente la ropa para vestirse, pero la mujer la tranquilizó diciéndole que todavía quedaba una hora para la cita, así que bajó primero a desayunar.

En el salón estaba, como cada vez que se levantaba, su padre, sentado sobre un cojín al lado de Nana vigilando que no se moviera más de lo suficiente. Sandra lo saludó y luego a Nana, quien se puso a mover el rabo contenta de ver a su dueña, amiga y, por qué no, veterinaria. Se sentó al lado del hombre a esperar que su madre le llevara el desayuno. Desde que Nana estaba así, siempre desayunaba allí, junto a ella.

Cuando terminó, se quedó al cuidado de la perra, pues su padre tenía que vestirse.

—¿Qué tal estás, Nana? —le preguntó acariciándola—. Estarás contenta, ¿no? Hoy te quitan la escayola y podrás moverte todo lo que quieras y volveremos a jugar juntas. Lo estoy deseando. —Nana no dejaba de mover el rabo, lo que satisfizo aún más a la niña, ya que demostraba que estaba alegre.

Al cabo de un rato, entró su madre y le dijo que se vistiera, que ella se quedaría con Nana. La muchacha hizo lo que dijo y subió a su habitación corriendo. Se puso uno de sus vestidos preferidos: era rosa y blanco y a la altura del pecho aparecía la graciosa cara de la gata Hello Kity. Cuando bajó, ya estaban todos preparados para salir; se le había pasado rápido la hora.

Ató a Nana como cuando la sacaba a pasear, la subieron al asiento trasero del coche con mucho cuidado para no hacerla daño y se dirigieron al veterinario.

Por suerte, no había nadie en la consulta y pudieron entrar a la hora citada. El delgado médico salió de la habitación y los llamó de inmediato.

—Bueno, ya es hora de quitarle esto. Espero que la hayas cuidado bien y que hayas evitado que se mueva —dijo mirando a Sandra mientras subía a la perra en una mesa.

La muchacha se sonrojó, pero dijo orgullosa:

—Sí, hice todo lo que nos dijiste, y mis padres también.

—Muy bien. Buenos padres. Vamos a ver.

El veterinario cogió unas tijeras más grandes de las que Sandra utilizaba en el colegio para cortar papel y comenzó a extraer la escayola con cuidado. Eso era lo último que Sandra se imaginaba como forma de quitarla. La sorprendió y cautivó. Terminó de cortarla y al ver la parte que antes quedaba tapada, la muchacha se preocupó, pues estaba casi sin pelo. Al ver la expresión de la chica, el veterinario dijo:

—No pongas esa cara, tranquila. No la pasa nada. Es normal que esa zona esté así. Los pelos están aplastados y parece que no tiene, pero está bien. —Sandra se calmó: tenía una bonita voz, grave, pero bonita. La tocó la parte de las costillas para ver el estado—. Parece que has hecho un buen trabajo, chica. Hay que hacerla radiografías para confirmarlo con más exactitud y estar del todo seguros, pero parece que está totalmente curada, y gracias a ti.

¿Qué piensan los perros?Where stories live. Discover now