Capítulo catorce.

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Escuchas una canción, una frase, una idea; lees un párrafo, una oración y no la entiendes al completo. Tiempo después, ocurre algo en tu vida que hace que lo que antes no entendías se revele ante tus ojos como tú propio reflejo en un limpio espejo. La canción, la frase, la idea, el párrafo, la oración, ahora todo cobra sentido, ahora ya lo sabes, sabes porque eso ha estado ahí tanto tiempo. Enid también lo sabía. Sabía que las continuas pesadillas sobre un mundo donde la muerte gobierna, los constantes dolores nocturnos de los que Ismael pensaba que se olvidaba, todo, tenía un significado y ahora, el espejo era limpiado frente a sus propios ojos: había vivido ese sueño. Sus padres, no la abandonaron, la continua presencia y el miedo de la muerte, fue a causa de su cercanía con esta. No entendía como los celos podían llevar a alguien a hacer aquello. Al fin todas aquellas palabras e ideas disparatadas, todos sus miedos, todas las pesadillas, todos los dolores incoherentes, cobraban sentido.
Mientras temblaba en el frío suelo, en posición fetal, reaccionó ante la realidad: Sirion la había engañado. Él estaba de parte de Ana, estaba de parte de la extinción, del dolor y del sufrimiento. Sabía que nunca debió de confiar, se dejó engañar por unos simples gestos, los mismos que hacen algunos chicos con la única intención de ilusionar a las chicas. En ese momento, mientras las lágrimas, frutos de la frustración y el odio hacia sí misma, brotaban de sus claros ojos, Serkan entró tras la cortina, con la intención de ofrecerle un caliente chocolate a su pequeña inquilina.
—Enid… ¿Qué ocurre?— La preocupación estaba presente en su lenguaje. Se sentó junto a ella, temiendo que algo grave le sucediera. La joven, cosa rara, le contó todo al desconocido, desesperada por encontrar algún tipo de alivio.
Serkan escuchó atentamente lo que ella quería decir, no podía llegar a entender lo que sentía, nunca pasó por nada similar. En lugar de darle algún consejo barato que no serviría para alejar su dolor, decidió ahuyentarlo de otra manera.
—¿Te gustan las estrellas? — Preguntó de repente. Solo obtuvo un movimiento de cabeza por parte de Enid. La tomó de la mano y la llevó a una pequeña habitación, que él mismo había construido en el hueco tras la nave. No fue tarea fácil transportar los materiales, pero no lamentaba para nada haberlo hecho. La joven notó que le costaba caminar con una pierna, iba casi cojeando, al igual que Sirion la noche que lo conoció.— Tardé casi un año en hacer esto… pero realmente extrañaba ver las estrellas.— Tras pasar a la pequeña habitación, el joven accionó un interruptor, y todo el oscuro lugar se inundó de la luz de miles de falsas estrellas, el rostro de la chica también se iluminó y, juntos, admiraron la imitación del paisaje nocturno por horas. Enid nunca se había sentido tan llena de luz.
Las tres personas restantes, no tardaron en acudir a la estrellada habitación, para contemplar lo tanto extrañado. Los dos hermanos no tardarían en darse cuenta porque los inquilinos disfrutaban el doble la estancia en aquél lugar.


Un año más tarde, Enid ya no tenía un hermano, tenía cuatro. Ahora tenía las comidas familiares que nunca había tenido, las pequeñas peleas, los debates. Hacía meses se rindieron de tratar de escapar de este lugar; ahora se centraban en salvar las vidas de los que lo habitaban. Le hacían falta preparación, no sería fácil. Enid se sentía deprimida por lo que Sirion hizo, pero gracias a Serkan, no estaba tan perdida.

Un año después, Sirion perdió la espera de que Enid siguiese con vida. La ira muchas veces trataba de apoderarse de él. Juró venganza hacia Ana, lucharía por lo que lo obligó a hacer.
Mientras Ana dormía, la hora que tenían de atmósfera, salía a la superficie y contemplaba la zona en la que los reluctantes habitaban. Muchas veces quería ir a visitarlos, a ver sí habían logrado encontrar, aunque sean los cuerpos, de sus amigos, pero sabía que lo echarían, lo conocían, sabía que estaba del parte del mal, o al menos, antes lo estaba. Destruiría a la causante de esto desde dentro.
Por las noches, la ira se apoderaba de él, destrozaba su habitación, se llegaba a hacer daño. Su cara ahora estaba llena de grandes cicatrices, las cuales ni siquiera el peligroso camino al portal de acceso al otro mundo habían logrado crear.

El flan de chocolate, las sonrisas fingidas, la ensalada, las trenzas saladas y el odio oculto. Los tíos resentidos reunidos en la mesa, analizando los movimientos de sus sobrinos, juzgado. Eso los alejaba de sus propios defectos, es por ello que lo disfrutaban tanto.
Los hermanos de los padres de Enid e Ismael nunca quisieron hacerse cargo de ellos; pero tampoco querían mandarlos a un centro. Eso les llevó a engañar, a hacer pensar a los demás que estaban bajo sus cuidados cuando en realidad los maltrataban, tanto física como psicológicamente. Todos nuestros problemas son culpa vuestra. Estaríais mejor muertos. decían una y otra vez. Ninguno de los dos lloró cuando estos dejaron de respirar. De alguna manera, ellos pensaban que la vida se lo devolvió al hacerlos morir tan jóvenes y ahogados en el mar.

Sirion pasaba noches en vela, tratando de no perder la cordura. Todo su mundo se había desmoronado hace tiempo. Le escocía el cuerpo, le quemaba; aunque no sabía porque. No eran las heridas, no eran las cicatrices, no era físico. Algo dentro de él lo hacía morir cada vez más. Lo único que lo mantenía medianamente consciente, eran los recuerdos, lastimosamente escasos, de su estancia con Ismael y Enid, también algunos de su niñez, aunque esos no lo hacían tan feliz. Ana los arruinaba todos.
A veces, tenía sueños; en los cuales volvía a la época feliz. Todo iba bien, sus sueños y deseos se cumplían, Enid estaba ahí, él sonreía como nunca mientras observaba sus cortos cabellos blancos contrastando con el oscuro cielo. Todos los sueños, terminaban del mismo modo: Enid muerta en frente a sus ojos y él solo en un mundo desolado, perdido.
    



Muchas veces Ismael se sentía perdido, al igual que su hermana, al igual que Sirion. Los tres se confrontaban con sentimientos de culpabilidad: el mayor sentía que caía a través de una ventana, hacía un mundo donde nada es lo que debía ser. Todas las criaturas se preocupan por sí mismas, comportándose como monstruos. Veía a su hermana tomando aquella dichosa pastilla y se derrumbaba. No la pudo proteger, le había fallado. Ella cuidaba de él, eso no debía ser así. Soltó un leve suspiro observando el techo del baño construido por Jeancarla cuando llegaron a la nave. Estaba demasiado débil como para salvarla; Enid sabía que ya nada sería como antes. Tenía miedo de perder a su hermano, pero no podía esforzarse más por él, de ser así, ella también necesitaría una persona cuidadora. Le dolía ver a la persona que más quería sufrir de esta manera. Las falsas estrellas brillaban menos esa noche, debía de avisar a Serkan para que las revise. Trataba de alejar su mente de los malos pensamientos. Debió de pensarlo mejor antes de tratar de salvar a un traidor; Sirion, como cada noche, se culpaba por ser tan cobarde mientras observaba las diferentes manchas en el suelo de su pequeña y destruida habitación.





Él observaba desde la oscuridad de la habitación. El silencio era sofocante, se encontraba solo. Lo que ocurrió ayer, ya no importaba. Ahora vivía con un fantasma que lo atormentará hasta el día de su muerte. Nadie lo conocía más que aquel ser.
Enid e Ismael aparecieron frente a sus ojos, con sus imperfectas pero deslumbrantes sonrisas de dientes semitorcidos. Lo miraron con compasión, ¿lo estarían perdonando? No. Tan rápido como llegaron, se esfumaron. Ahora ya no puede verlos más.


Sirion se había quedado dormido. Cuando abrió los ojos, vio el pequeño charco de sangre formado bajo su brazo; se volvió a lastimar en sueños.
Aquel sueño no fue como los demás: era sombrío, aterrador. Sentía de cerca la muerte y el fantasma que lo atormentaba, no estaban solo en sus pesadillas.

—Llegas tarde. — Se quejó Ana terminando la última rebanada de pan tostado correspondiente al desayuno. — Limpia todo esto. Hoy no comerás.— La autoridad se notaba en su voz. Su primo debía aprender a respetarla, a ella y a sus estúpidos planes que los llevarían hasta su propia muerte.

Ismael siempre hacia ver que sus nuevos padres eran grandes personas, sobretodo delante de su pequeña hermana. Tras la muerte de sus tíos, una joven pareja los adoptó a ambos. Enid era muy pequeña para recordarlos, o eso pensaba el mayor. Hacía parecer que tuvieron una infancia muy feliz y, en parte, ellos mismos se lo llegaron a creer; pero sabían que no era así. La pareja tenían constantes peleas llenas de odio, muchas veces recaían sobre los pequeños. Enid recuerda que, en realidad, la cicatriz profunda que tenía en la mejilla izquierda, no se la hizo jugando en el parque, si no cuando su nuevo padre, en un ataque de ira, con cuchillo en mano y porque ella no dejaba de llorar, lo lanzó contra la muchacha, rozando muy de cerca la mejilla de la joven niña; sabía que todos los problemas actuales de su hermano eran culpa de los ataques verbales, psicólogos y físicos de sus padres. Ellos fueron los últimos en abandonarlos, en la casa en la que vivían hasta hace un año; nunca se lo reprocharon, Ismael, en el fondo, se lo agradecería. Desde aquel día, ambos tuvieron que sobrevivir por su cuenta. Nunca fueron una familia feliz, no tuvieron una infancia perfecta, pero querían fingir que sí. El mayor nunca sabría que Enid sabía esas cosas, ella prefería seguir haciéndolo feliz de esta manera.

En una gran habitación, llena de planos y números, se encontraba durmiendo Ana. Una chica pelirroja, con una lisa y clara piel. Los colores fuertes destacaban sobre su rostro. Le encantaba ocupar el color rojo y el morado. Soñaba con el momento en el que podía gobernar sobre todas las cúpulas; obviamente no les devolvería su atmósfera, al menos hasta asegurarse que los ciudadanos eran lo suficientemente obedientes. Tal vez nunca lo haría. Disfrutaba demasiado el poder y ansiaba poder controlarlo todo.

Atmosphere [terminada]Where stories live. Discover now