Capítulo 26

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–O podrías ir al pueblo conmigo –soltó Wes en tono casual mientras salían del salón. Aquella mañana los dos, como si tuvieran un acuerdo tácito, habían acudido más temprano, por lo que habían estado prácticamente solos. Había sido un desayuno bastante relajado–. ¿Laraine?

–No –negó, aunque con poca vehemencia. Suspiró–. No creo que sea una buena idea.

–¿Por qué no? En realidad, creo que sería una gran idea.

–¿El qué? ¿Qué huyan asustados apenas les dirijo una mirada? ¡Ni qué decir si me acerco a ellos!

–No te conocen, Laraine.

–Y tú, ¿sí? –inquirió con una nota de resentimiento colándose en su voz. Lo cierto era que, aunque dolía admitirlo, tenía un tanto de envidia por la facilidad con la que Wes se había metido en los corazones y las casas de los pobladores de Nox. Aquella naturalidad... la que ella jamás tendría–. ¿Sigues aquí?

–Lara –Wes se encaminó hasta quedar frente al escritorio detrás del que ella se había refugiado apenas había cruzado el umbral del despacho–. ¿Puedo acercarme?

–¿Acercarte? –inquirió, dirigiendo sus ojos hacia arriba, su rostro–. ¿Weston?

–Yo sí, te conozco –afirmó Wes clavando sus ojos claros en ella–. Lara, solo debes intentarlo. Si no lo haces, no sabrás qué puede suceder.

–Prefiero... –empezó a protestar. Él extendió su mano y la apoyó con suavidad en su mejilla–. ¿Qué haces?

–Piénsalo, ¿sí? –sonrió de medio lado y se apartó–. Saldré. Sabes dónde encontrarme.

Laraine no lo miró, demasiado consciente de la caricia con que se había despedido Wes. De alguna manera absurda, por cierto, aquello parecía más íntimo que el beso que habían compartido la noche anterior. De alguna manera, por supuesto, eso se debía a que, mientras estuvieran cubiertos por el velo de la noche, aislados y sin que nadie imaginara que estaban juntos, eran momentos en secreto. ¿Aquí? Estaban en pleno día, a la vista de cualquiera que se acercara al despacho y pidiera hablar con ella. No sabía por qué, se sentía más real. Y aterraba.


***


Jordane se sentó frente a la chimenea y se resistió a mirar hacia los dos hombres que estaban a su espalda. Sabía lo que esperaban, pero no estaba dispuesta a claudicar. Aún no. ¿Por qué tenía que...?

Era tan injusto. Para ella, Wes siempre había sido... él. Suyo. Quizá todo estaba en su mente, cierto, pero no creyó que eso la dañaría. Después de todo, Weston siempre aseguró que no se casaría. El poco tiempo que le quedaba se suponía que pasaría solo con ella. Ella y Garrett, nadie más. Los tres. Eran un equipo. Y eso era suficiente.

Hasta que no lo fue. Todo cambió cuando recibió la orden real, decidió acatarla, partió y se casó. No. Eso no era cierto. Hasta ese momento nada había cambiado.

Cambió después. Los días transcurridos tras aquella ceremonia que no debía significar nada. No sabía por qué, no lo entendía, pero algo cambió. Podía sentirlo.

De hecho, cada vez que miraba a Wes, encontraba algo... diferente. No sabía ponerle nombre, pero estaba ahí. Y dolía.

Él ya no era suyo. Nunca lo había sido. No lo sería. Oh sí, dolía.

–De acuerdo.

Sus palabras fueron recibidas por un pesado silencio. ¿Qué? ¿Esperaban que lo dijera?

Cuatro Momentos (Drummond #4)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora