Siete

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—¡Joven Belmont! —Levantando ligeramente la falda del vestido, apresuré los pasos hasta donde vi la espalda del joven e ignoré el resoplido desdeñoso de Margot que iba detrás de mí a paso pausado.

Los últimos días habían sido tan agitados que apenas había tenido tiempo de volver a encontrarme con el peculiar vendedor de flores. Entre las múltiples invitaciones y los preparativos para la inminente boda, los días que había podido dedicarle a mis propios proyectos habían disminuido notablemente.

—Señorita. —Sonriendo casi imperceptiblemente, la voz agradable de Belmont me recibió apenas me hice presente frente a él— Está radiante, como siempre.

Me reí y negué divertida antes de sentarme sobre el pequeño banco de madera sobre el cual descansaba su canasta, sorpresivamente, vacía.

—¿Hoy no hay flores? —Resentí su falta, puesto que me había vuelto adicta a ellas y a su vez, me ahogué en el resabio del perfume impregnado en el mimbre tejido.

—Ninguna. —Negó sonriendo abiertamente y comprendí que no me diría lo que había pasado con ellas y yo, más que curiosa, podía suponer lo que había pasado con ellas, pero eso sería algo que comprobaría más tarde, cuanto asistiera a la pequeña reunión de la extravagante Scarlett Meunier.

Levanté las manos en señal de que me daba por vencida en eso y conté mentalmente las cosas que haríamos hoy aprovechando el hecho de que los días se habían alargado y contábamos con unas cuantas horas más.

—¿Pudiste encontrar un buen lugar? —Pregunté y miré de soslayo a mi doncella que había optado por mantenerse al margen, no queriendo interrumpir lo que fuera que yo discutiera con el bonito plebeyo como lo había bautizado.

Fruncí imperceptiblemente la nariz cuando pensé en las implicancias de cada uno de sus comentarios y no pude hacer más que reír interiormente. Belmont Dubois me había caído como una pequeña bendición luego de que mi opinión sobre la falta que le hacía a esta ciudad un lugar en donde las damas pudieran conversar a gusto se reafirmara. Mi problema era que no sabía cómo hacerlo y la idea de pedirle ayuda a mi madre para un asunto que aún no tenía ni base, me parecía por lo menos vergonzoso.

—Hay varios que podrían funcionar para lo que desea. —Asintiendo, el cabello negro le cayó sobre la frente desordenadamente y con un ademán descuidado se lo tiró hacia atrás.

—No perdamos el tiempo entonces y vayamos. —Me levanté dando un pequeño saltito en el lugar y junté las manos frente a mí. La idea de poder concretar lo que me parecía, la idea más fructífera que había salido de mi cabeza, me era sumamente emocionante, por lo que no objeté cuando me tocó seguirlo por la todavía muy llena calle comercial. Margot y mis guardias nos seguían de cerca y me pregunté si no se sentirían algo resentidos luego de haber sido arrastrados junto conmigo por un tramo demasiado largo para pies no acostumbrados.

—He encontrado tres lugares que podrían ser de su agrado, uno es un poco pequeño pero escuché de la señora Lorraine que era propiedad de una renombrada modista, por lo que seguramente tiene algunas habitaciones cerradas que podrían ser funcionales si se quiere más privacidad, la segunda que encontré...

En algún momento, dejé de escucharlo. Lo que había dicho era interesante y nuevamente me felicité por haber considerado que aquel muchacho que se había cruzado conmigo más de una vez, no solo en las calles para venderme una flor, sino el que se había acercado a mí en la sede de los caballeros, accediera a ayudarme a cambio de lo que yo consideraba, una muy pobre suma de dinero para el nivel de servicio que estaba recibiendo.

Le había dado cien monedas de plata con la condición de que fuera mi guía y mi consejero.

—Joven Belmont. —Parándome frente al muchacho que se había sentado momentáneamente al borde de la fuente, sonreí al comprobar que esta vez, el encuentro había sido posible— He venido a buscar mi flor, supongo que la tiene.

AlizeéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora