La amiga imaginaria

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Mi hija Casandra era una niña muy especial, no era como los demás que socializaban a la primera. Ella, a sus seis años de edad, era muy tímida. Pronto nos tuvimos que cambiar de casa, lo cual no pareció afectarle mucho, ya que no tenía muchas amistades qué dejar atrás.

A mi esposa y a mí nos preocupaba que el cambio pudiera afectarle. Sin embargo, sabíamos que con el tiempo se acostumbraría y hasta podría ayudarle a establecer amistad con otros chicos. El lugar a donde nos mudamos era sensacional. Se trataba de una vieja mansión con un gran jardín, un columpio, un tobogán y hasta una casita de madera que se encontraba en uno de los árboles.

Casandra se adaptó rápidamente, pero el lugar la volvió más retraída y solitaria que antes. Pasaba casi todo el tiempo en su casa del árbol con sus muñecas y una amiga imaginaria a la que ella llamaba "Ana". Nosotros pensamos que a su edad era normal y que después de un tiempo dejaría de jugar con alguien imaginario al empezar a conocer a sus compañeros de la escuela en el periodo entrante.

Pero mi hija tenía un comportamiento cada vez más extraño. No hablaba mucho con nosotros y en cada oportunidad se metía a su casa de muñecas. Por curiosidad, la espiábamos para ver si estaba bien y qué tanto hacía en la casita. Sólo la escuchábamos hablar por horas con la dichosa Ana. Pero después, Casandra ya no podía dormir bien, tenía pesadillas y decía cosas como "Tengo frío", "no puedo ver", "ayúdame".

En una ocasión, mi esposa escuchó unos pasos en el pasillo. Pensamos que se trataba de mi hija y, efectivamente, cuando salí para ver qué era, Casandra estaba ahí, caminando sin rumbo y en silencio, sonámbula. Al hablarle, ella se despertó sin saber qué hacía levantada a esa hora, tampoco sabía a dónde se dirigía.

La situación no paró ahí. Casandra seguía con sus caminatas nocturnas, la encontrábamos cada vez más lejos de su cuarto y nos atemorizaba el hecho de que se fuera a salir a la calle. Por fin decidimos llevarla a una clínica del sueño para que pudieran monitorearla y determinar la causa de su sonambulismo. Sin embargo, no detectaron nada. Mi hija durmió toda la noche plácidamente. como hace mucho que no lo hacía.

Hablamos con el psicólogo y no aportó nada nuevo más que lo que ya sabíamos, que mi hija tenía una amiga imaginaria llamada Ana, quien era de su misma edad. Recomendó que nos acercáramos más a ella y tratáramos de que se relacionara con otros niños de su edad para que olvidara el asunto de Ana, poco a poco.

Así lo hicimos, estábamos conviviendo más con ella, por lo que tenía poco tiempo para acudir a la casa del árbol y tener largas pláticas con Ana. Pero esto sólo empeoró sus episodios de sonambulismo. Parecía que el tiempo que no veía a Ana en el día, se lo compensara en la noche. Los sueños que tenía se tornaban más vívidos, por la mañana se veía cansada por sus caminatas nocturnas.

Lo peor estaba por ocurrir. Una noche escuché pasos en la escalera y supuse que era mi hija. Al salir de mi habitación, ella estaba casi en la puerta de enfrente. La llamé por su nombre, pero ella sólo me devolvió una mirada antes de abrir la puerta y salir al jardín. No parecía ser ella, algo andaba muy mal, por lo que salí corriendo detrás para ver a dónde se dirigía y traerla de vuelta. Casandra iba caminando directo al árbol, a la mitad del camino se detuvo y se agachó, murmurando algo que yo no podía entender.

Casandra comenzó a escavar el suelo con sus manos, traté de detenerla, pero ella se empeñaba en seguir mientras decía "tengo que salir", "aquí hace mucho frío". Al tocarla sentí que su piel estaba congelada, aún cuando la llamaba por su nombre, ella no me hacía caso y seguía escavando. Sus pequeños dedos tenían sangre debido a las rocas y se había trozado algunas uñas. La sujeté fuertemente y ella imploraba que la soltara. Con un miedo terrible, opté por llamarla "Ana"... En ese momento, ella se detuvo y me miró fijamente. Le pregunté si ella era Ana, su rostro pedía ayuda desesperadamente, sentí una gran tristeza antes de que ella se desmayara. Al volver en sí, Casandra, mi hija, se levantó mirando hacia todos lados, sin poder explicar qué hacía ahí.

La llevé adentro de la casa donde su madre le pudo limpiar las heridas. Mientras, sabía que tenía que averigüar qué era lo que mi hija buscaba frenéticamente en aquel lugar del jardín. Salí con una linterna y una pala, de pie frente al hueco, sentí un escalofrío por lo que me esperaba. Sin embargo, era la única manera de poder liberar a mi hija de su sonambulismo. Cavé sin  cesar hasta que encontré algo que me llamó la atención. Era una pequeña mano huesuda que salía de la tierra, era del tamaño de la de mi hija. El miedo se convirtió en tristeza, había encontrado a Ana lo cual me sacó unas lágrimas.

Entré a la casa y le indiqué a mi esposa que no saliera al jardín por ningún motivo. Llamé a la policía para contarles de mi hallazgo. En menos de veinte minutos estaban en mi casa, las autoridades, acompañados de un médico forense, llegaron para llevarse el cadáver de lo que parecía una niña de seis años. Las investigaciones posteriores indicaron que se trataba de Ana, una niña desaparecida desde hace dos años y quien vivía en uno de los pueblos cercanos. El cadáver mostraba heridas, había sido asesinada y el dueño de la casa la enterró en el jardín.

Después de este suceso, Casandra no volvió a ver a Ana, ni a comunicarse con ella. Pero siempre recordaremos a aquella amiga que era más que imaginaria, era un alma en busca de descanso...

¿Y tú, has tenido alguna vez un amigo imaginario en tu infancia?

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