La playa.

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  Era algo tranquilo por esa zona del país. Magnífico, perfecto y tan bello como lo era ella. Niños jugando. Viento y brisa fresca contra tu piel, justo en tu cara dando escalofríos. Miles de castillos de arena que los niños envidiosos destruyen y los positivistas reconstruyen una y otra vez. Sombrillas con gente amando el sol, pero odiando quemaduras. Alcohol de adolescentes disfrutando una juventud que por la mañana siguiente se acabaría sin más. Arena en tus pies que luego es tan incómoda de sacar.

  Sol.

Tan bello el sol como lo era ella con las pequeñas olas golpeando contra la orilla y demás placeres de la vida que extrañaremos al morir.

  Ella sonríe sin evitarlo al sentir el agua cristalina tocar sus pies, al escuchar el sonido de la leve brisa veraniega en sus oídos, haciéndole sentir un pequeño escalofrío que recorre sus pies hasta sus hombros, tomando el camino por su espalda. Tan fresco el clima que tenía, a pesar de los treinta grados de calor que hacía en esa parte del país, un gozo en la costa con el agua y la sensación de estar vivo.

  Llevaba un vestido sin manga alguna que cubra sus estrías en los brazos cansados que descansan en paz al lado de su torso, pues era fuerte, gastando sus energías en querer ser poderosa. Y quería un descanso de siempre ser tan resistente y recia. Tela larga hasta mucho más bajo que sus rodillas que tenía un lazo rosado que, según la peli rosada, eso le da un toque divino a su outfit en la tarde de verano. El vestido se movía con lentitud con aquella brisa tan tranquila que susurraba su nombre.

  Se quita su sombrero, dejando al descubierto su cara y cabellos de tonalidad rosada. Pero se lo lleva de nuevo a la cabeza al sentir como el sol la ciega, y alza la mirada, queriendo mirar directamente al culpable de que no pueda disfrutar del cielo azul.

  Ella empieza a tararear sintiendo libre su alma y su cuerpo. Sin cadena alguna a alguien a quién obedecer, o quién le diga qué vestir, qué gustar y qué decir. Pues era joven y seguía haciendo fuerza contra el mundo que la quería matar con el estrés de la sociedad que desaparecía al instante que tocaba la arena.

  Y hoy, todavía está allí.

  Mirando las distintas rocas o piedritas que podría encontrar esparcidas entre la arena y el mar.

  Y ella camina tranquila, mirando el cielo con tanto amor por el calor que siente y por el viento que la empuja a caer en el agua dejando que la marea la lleve, y cuando deja de sentir el suelo, se levanta, riendo y con una sonrisa en su rostro camina de vuelta a la orilla. Con su vestido empapado y a su gorro de paja se lo lleva el viento, cae en la arena y un compañero de clase se lo pasa.

  Se sienta en la orilla, entre el agua y la tierra. Decidiendo a dónde ir y en donde quedarse.

  Y por más triste que se pone la gente cuando ella lo pide, ella vuelve a pedir que tiren sus cenizas al mar, pues ella sabe que su alma y cuerpo pertenecen al mar abierto, pertenece al constante desconcierto sobre las profundidades.

  Ella pertenece a la libertad del agua y a la tempestad de la lluvia, ella pertenece a ese mundo donde no puede vivir, donde no puede sobrevivir. Su alma y mente viven pensando en el agua fría y en la vida que contiene.

  Sus lágrimas y su sangre se derrochan a mar abierto, y su voz se pierde en el viento. Y su cuerpo descansa en brazos de alguien que la ama y que besa cada parte de ella, pero ella ama más su libertad, su propia vida y a la arena de lo que podría amar a alguien. Baila descalza, cantando a gritos, riendo y llorando con el corazón en la mano.

  Sin escuchar una voz ajena, sin escuchar una opinión contraria baila en la noche y en el día como alma libre, como desquiciada la habla a la luna y se duerme mandándole un beso al cielo.

  No había cadena, ni siquiera una caja fuerte, lo suficientemente resistente para mantenerla alejada de lo que era. Ni siquiera cuando tuvo que dejar su ciudad natal para irse a estudiar, ni siquiera eso la pudo alejar de quién era y de a dónde había sido criada.

  Se sienta en una toalla blanca, mirando con total calma alguna a la gente que andaba con una canoa, mientras que otros solo estaban cerca de la orilla y los menores de edad nadando a perrito. Todos disfrutando sus vacaciones de la escuela y uno que otro grupo de adolescente tomando, aprovechando el día.

  No será el mejor lugar.

  Pero el agua, el viento, sol, arena, la época y la única existencia de ese sitio... le hacía sentir bien mientras se olvidaba todo, conforme el sol se escondía creando un atardecer.

  Porque ella ama la playa.

  Porque se siente bien ahí.

  Y porque Mina Ashido sonríe tranquila ante el paisaje ante sus ojos amarillos.

La playa ⟨Mina Ashido⟩Where stories live. Discover now