CAPÍTULO 22: Primera Parte

6 2 0
                                    

ELIAS DANKWORTH

De nuevo, me despierto más tarde de lo normal. Desde que empecé con las pastillas se me ha desorientado el horario. Por las noches me cuesta mucho conciliar el sueño y por la mañana estoy agotado. Sin embargo, mantengo mi actitud activa para no levantar sospechas.

Antes de bajar, me asomo por la barandilla de las escaleras y al escuchar veces en el comedor, me dirijo directamente a la cocina. No me apetece hablar con nadie y tengo que tomarme la medicación.

Me como las dos tostadas ya preparadas para mí y me sirvo el zumo tranquilamente asegurándome que nadie me ve escondiendo el pequeño bote en mi chaqueta cuando me sacude un fuerte espasmo que me hace derramar parte del zumo.

—Mierda.—bufo agachándome para limpiarlo lo más rápido posible.

—¿Todo bien?—me sorprende la voz de Isabella y cuando levanto la vista me la encuentro mirándome desde el marco de la puerta con el ceño fruncido.

—Sí, solo he derramado un poco de zumo.—alzo los hombros en un gesto despreocupado aparentando indiferencia ante su irrupción.—¿No tenías que ir a comprar no sé qué para decorar el pasillo?—le recuerdo lo que dijo ayer de querer cambiar la estética de la casa para que se marche y me deje solo.

—Dije que iría esta tarde.—contesta cruzándose de brazos parada en el mismo sitio. ¿Lo dijo?—En serio, ¿que te está pasando? No es propio de ti andar tan despistado.—siento sus ojos quemando mi nuca y mis manos empiezan a temblar inconscientemente.

—Ya te he dicho que no me pasa nada. Métete en tus asuntos.—espeto cortante, sorprendiéndonos a los dos y me levanto soltando un suspiro exasperado.

Estoy dispuesto a pasarle de largo, sin embargo su mano se engancha sorpresivamente en la solapa de mi chaqueta provocando que el pequeño frasco caiga produciendo un ruido sordo y me quede paralizado.

Puedo jurar que los segundos siguientes los veo pasar a cámara lenta y la suspicaz mirada de mi hermana pasa de escudriñarme el rostro a descender hasta mis pies y quedarse ahí clavados.

—¿Que es esto, Elias?—inquiere en un tono tan bajo que me produce escalofríos.—¿Acaso estás en drogas?

—¿Qué? ¡Claro que no!—exclamo más alto de lo que pretendía negando rotundamente.

Reaccionando por fin, me agacho bruscamente y lo vuelvo a esconder en mi bolsillo. Asegurándome esta vez que queda bien asegurado y nadie me lo va a poder quitar. Son mis cosas personales, nadie tiene derecho a husmear en ellas y menos acusarme de tales disparates.

—Entonces que coño es, ¿eh?—persiste poniendo los brazos en jarras y me quedo sin respuesta.—Vamos, explícamelo porque ahora mismo estoy pensando muy mal.—da dos pasos en mi dirección, pero yo todavía no encuentro las palabras. Simplemente no sé qué decirle.—Dime algo que me impida decírselo ahora mismo a papá.—es entonces cuando exploto.

—¡¡No es de tu incumbencia, joder!!—el alarido rebota en mis tímpanos. Estoy fuera de mí.—¡¿Por qué siempre andas metiendo las narices donde no te llaman?!—me enfurece verla aquí plantada viéndome con los ojos como platos sin hacer nada. Es como si me juzgara y no pudiera defenderme de sus pensamientos.

No soy un drogadicto. No estoy loco. Sólo me estoy tratando para ser la persona que mi padre espera de mí. No soy un caso perdido.

—¡Porque me preocupo por ti! ¡Porque te conozco y sé que no eres así!—rebate ella alzando la voz intentando acabar con la distancia que nos separa, pero cuando veo sus intenciones me alejo como por acto reflejo. No quiero que me toque.

Testigo CriminalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora