III. El fragor de una tormenta inesperada (1ª parte).

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Disclaimer: smut yaoi (+18) 

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La luz azulada e interrumpida por las pesadas cascadas de la lluvia fuera entraba por la ventana recorría la estancia con un tenue brillo azulado y ligeramente eléctrico, casi glacial. Pero estaba claro que aquello era de todo menos frío, Iruka estaba tendido sobre la colcha y cada vez que tomaba aire, entre los besos lentos y pacientes del ninja copia sobre su cuello, llenaba sus pulmones del olor a menta, limón y tierra mojada que desprendía el único heredero del Colmillo Blanco de Konoha. Era tan embriagador y sugerente, el calor de los labios marcando su piel morena con paciencia, mientras las manos de alargados y pálidos dedos reptaban por debajo de jersey ajeno descubriendo poco a poco su torso color canela. El tacto experimentado y exigente de Iruka se extendía por los hombros y la parte más alta de la espalda del exambu, que de cuando en cuando clavaba sus dientes en la piel jugosa y bronceada de su cuello, arrancándole algunas respiraciones ajetreadas y sinceras.

Cuanto más seguras y demandantes se hacían las caricias de Iruka, que enredaba las manos en el pelo plateado y desordenado del shinobi de mayor rango; y, empujaba suavemente las caderas contrarias contra las suyas rodeando la cintura estrecha de Kakashi con sus piernas fuertes; más le temblaban las manos al ninja copia. No podía creerse que aquello estuviera pasando. En todos sus sueños había visto, imaginado, disfrutado y explorado cada milímetro del cuerpo fuerte y bien apertrechado bajo el suyo, pero la emoción del momento estaba apretando sus pulmones hasta casi dejarlo sin respirar. Sentía que nunca iba a tener suficiente de aquellos labios hinchados, de aquellos besos demandantes y complacientes que parecían arrinconar la poca cordura que le quedaba. Iruka se apoyó un poco sobre los codos mientras Kakashi tironeaba de su jersey y lo besaba calmadamente haciendo un enorme esfuerzo de constricción personal, si hubiera sido por él lo habría estampado contra el cabecero de la cama sin siquiera plantearse quitarle el hitai-ate; pero eso no estaría bien. Estaba claro que acabaría cumpliendo una de las millones de fantasías que las mejillas sonrosadas y la boca entre abierta le sugerían, pero no quería que fuera así; cuando le había dicho que pensaba hacerlo gemir hasta que le borrase el nombre lo decía totalmente en serio. Sacó el jersey por encima de la cabeza de Iruka y sus manos acunaron las mejillas calientes del profesor mientras se besaban con más ansia y descaro, dejó caer la prenda a los pies de la cama y con cuidado le retiró también el protector frontal dejándolo respetuosamente sobre la mesilla a su izquierda.

Con el sigilo de quien acecha a una presa acorralada, Iruka se incorporó del todo obligando a Kakashi a sentarse sobre la cama durante unos segundos cuando sus manos cálidas se enterraban en el torso todavía cubierto del jounin. Poco a poco, haciendo que Kakashi tuviera que contener la respiración y temblara levemente cada vez que las yemas curiosas de Iruka se hundían en su piel, el maestro le quitó la sudadera y la camiseta a la vez. En aquella habitación solo se escuchaba la lluvia de fondo y un par de respiraciones pesadas e impacientes de dos amantes improvisados que se contemplaban con las dudas y las sensaciones fuertes a flor de piel de una primera vez compartida. Durante unos segundos se quedaron quietos, Iruka tomando las mejillas pálidas y sonrosadas de Kakashi mientras éste acariciaba sus piernas por encima de la ropa, puesto que estaba sentado de nuevo sobre sus muslos. Bajo la luz lunar azulada, el ninja copia pudo observar el torso bien formado de Iruka, cualquiera diría que aquel hombre era un profesor de escuela y no un ninja de alto rendimiento con el cuerpo que tenía. Su piel canela estaba apenas poblada por algunas pequeñas cicatrices, y sus músculos marcados dibujaban la constitución de un hombre maduro y sano para su edad. Kakashi se relamió los labios mirándolo sin poder articular una sola palabra ante la figura hipnotizante y atrayente del maestro. Su ojo se clavó directamente en el rosto redondo pero maduro del otro hombre, sus mejillas rellenas pero esculpidas ahora completamente sonrojadas. La cicatriz que le atravesaba la cara, que a Kakashi le encantaba, no se cansaría nunca de mirarla, de los pequeños hoyuelos que se formaban bajo ella cuando Iruka sonreía educadamente sentado tras la mesa de la oficina de asignación de misiones. Como se arrugaba ligeramente por la zona de su nariz cuando hacía un puchero leve o como se arqueaba furiosa pero cariñosamente cuando le echaba alguna reprimenda a algún niño en la escuela (o a él mismo por entregar un informe de misión atrasado).

Bajo la lluviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora