I. Cicatrices

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And every night my mind is running around her
Thunder's getting louder and louder
Baby, you're like lightning in a bottle
I can't let you go now that I got it

Electric Love, Børns

Eres el hombre más valiente que he conocido.

Esa es una aseveración enorme, grande como una mansión. No le digas a Katsuki que dije eso. Es más, no le digas a nadie, Ei, porque esas palabras son sólo para ti. Para mí. Para nosotros. Cuando se trata de ti es fácil llamar a las palabras y hacerlas aparecer para que lleguen y se posen en mis labios. Luego se arremolinan para salir y por eso se atrabancan.

Pero eres el hombre más valiente que he conocido nunca.

—¿Qué?

Preguntas.

Sonríes.

Adoro los dientes que tienes. En batalla te hacen ver temible. Sonriendo, eres uno de los seres más adorables del planeta. Después de mí, por supuesto.

Con el tiempo hemos aprendido algunas cosas.

Por ejemplo, los héroes acumulan batallas a sus espaldas. Todo el tiempo, toda la vida. Por cada noventa y nueve idiotas que intentan asaltar un banco, hay uno que quiere destruir el orden social o intentarlo. Acumulamos noches sin dormir y visitas al hospital. Las enfermeras ya me conocen y me saludan todas cada que estoy por allí. Casi todas usan mi apellido, aunque hay una que siempre sonríe, ladea la cabeza y dice, enseñando los dientes: «¡Chargebolt!». Cada que el que estoy en una camilla soy yo te dejan entrar aunque sea de madrugada y te dejan dormir en la silla que está a mi lado. Y cada que eres tú, se aseguran de que tenga siempre una vaso de agua y, aunque sea, una ración de gelatina.

Comentan sobre tus cicatrices de batalla.

Tienes pocas, después de todo.

Dos en tu espalda. Esa vez que tu cuerpo se rindió mientras estabas intentando salvar a Ashido y llevarla a un lugar seguro. No me acuerdo qué pasó, Ei. Para entonces ya tenía el cerebro frito. Cuatro en el brazo derecho. Cortes que te hicieron una vez que te lanzaste sin pensar hacia adelante para salvar a Todoroki y tu singularidad otra vez no pudo más.

—Nada —respondo.

Pero tú y yo sabemos que es mentira.

El todo se escapa de entre mis labios y aterriza entre ambos, llenando la habitación. Tú te ríes, con ese todo de incredulidad que pones cuando no me crees.

—Las estás viendo otra vez, Denki.

Y alzas el brazo para hacerme más fácil el trabajo.

No sé quién empezó, Ei. A estas alturas, es ya una tradición. Sobre todo en las noches, sobre todo en la cama. Especialmente cuando no puedes dormir y no puedes dormir, porque los héroes acumulamos muchas horas en vela.

Tomo tu muñeca y jalo tu brazo. Mis labios se posan sobre la primera cicatriz y después sobre la segunda y la tercera y la cuarta.

Tú sonríes con los ojos y luego mueves el brazo para agarrar mi muñeca y acercar mi mano hasta to. Besas el dorso de mi mano.

Tengo parte de una mano jodida por una descarga. La cicatriz no es tan visible como las tuyas (¡mucho menos tan visible que las de Midoriya!), pero está allí, si pones atención y te fijas en los surcos de mi piel. Cuando Recovery Girl me vio sacudió la cabeza y dijo que era «cuestión de tiempo». Me recomendó tener cuidado. Controlar más el poder que puedo almacenar y el que puedo descargar.

Que hay que conocer los límites del cuerpo.

¿Alguna vez los héroes hemos hecho caso de algo tan terrenal como eso? El mundo nos exige que lo demos todo y un poco más.

Tú, sin duda, eres la muestra de eso.

Sé que no siempre fue así.

Conozco tu historia entera, desde antes de entrar a UA. La historia del cabello negro y las dudas, el miedo, todo metido en una botella que lanzaste lejos, el día que decidiste aplicar. No lo dijiste así pero así lo imagina mi cabeza.

—Idiota —dices, y me quitas el cabello de la cara—. Siempre sé cuándo te quedas viéndolas. Se pierden tus ojos.

—Son marcas de supervivencia.

—Un libro decía que les damos significado porque no soportamos que no lo tengan.

—¿Desde cuando lees libros de esos? —Hago un puchero—. La terapeuta dice que está bien que les demos significado. Algo así. No le puse atención.

—¡Se supone que tienes que ponerle atención! —Vuelves a reírte y amo tu risa, Ei, te lo juro.

—Ella me pone atención todo el tiempo. Además mi jefe me obliga a ir.

—Tienes que ir.

—Lo sé.

Acumulamos también un montón de cosas de las que no hablamos porque sabemos que no cualquiera lo entendería. La gente común cree que nuestra carrera es genial y maravillosa. Nosotros sabemos que todo el mundo dentro del medio carga con su parte, así que seguimos dejándolo allí, atorado.

Alguna vez me hiciste prometer que hablaría.

«No hacerlo no es de hombres, Denki», dijiste.

Supongo que fue un día que exploté o algo así. Todos lo hacemos, tarde o temprano. Unos tenemos más suerte que otros, porque no hay cámaras cerca cuando caemos de bruces en nuestro punto más bajo.

(Como cuando la fotografía de Bakugo de rodillas, después de colapsar, lleno de heridas y cargando a Midoriya aterrizó en todos los periódicos y en todos los segmentos de noticias y en todo el internet).

Eres el hombre más valiente que he conocido.

Lo sé todo de ti, por eso no lo digo con ligereza.

Vida entera y todo.

Costumbres, también, como que duermes sin camiseta las noches de verano porque no puedes soportar el calor.

Las cosas que piensas, como que nunca te ha dado pena enseñarle al mundo las cicatrices del pecho. Extiendo una mano, acercando los dedos hasta una.

—Estas significan algo.

—Por supuesto, idiota. Significan que soy yo.

Y te ríes y me jalas para besarme porque es un milagro que estemos los dos en este departamento diminuto que apenas si pagamos pagar con nuestros sueldos. Porque, increíblemente, nadie te dice que en esta carrera los sueldos no son tan maravillosos como parece.

Me gustan tus cicatrices, Ei. Las de las batallas, las de tu pecho. Recuerdo el escándalo cuando apareciste por primera vez en público con ellas, con el diseño de traje que siempre deseaste mientras estabas en UA, pero que el binder adaptado siempre te impidió tener.

—¿Te he dicho que eres el hombre más valiente que conozco?

—Unos mil millones de veces, Denki.

—¿Mil millones y una, entonces?

Te guiño él ojo. Sé que adoras ese gesto y sí, tengo razón. Te rindes ante mí.

—Está bien, pues.

Sonríes.

Adoro tus dientes cuando los muestras así. Eso, para que veas, también te lo he dicho mil millones de veces.

—Eres el hombre más valiente que conozco, Eiji.

Red Riot [Kirikami] Where stories live. Discover now