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Choi BeomGyu
Corpóreo, menor.
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La vida de un sicario no debería tener colores rosados sobre un lienzo de nubes púrpura. No debería existir chance para tiovivos, avioncitos o norias. Nada de manzanas dulces, algodones de azúcar ni risas alegres en un plano de atracción seminocturna.
Yeonjun visitaba después de su sucio trabajo el recinto infantil en el que trabajaba aquel chico de cabellos castaños disfrazado de oso pardo.
Se sentaba a una distancia prudente a contemplarlo interactuando con los niños que se le acercaban a pedir dulces o globos inflados con helio.
A ratos el chico del corpóreo se sacaba la cabeza de su traje para respirar mejor y beber agua. Fue por desliz que conoció su precioso cabello castaño y su linda, linda sonrisa.
Supo que su nombre era Beomgyu un día en que un chico de mangas blancas y suéter peludo se acercó a preguntar por los montos ingresados esa tarde.
Parecían primos, quizás hermanos. Yeonjun ignoraba quién podía ser su competencia.
Cercano al carrusel de blancos caballos, Yeonjun se cubría el rostro con la bufanda negra para evitar ser reconocido entre la multitud. De aspecto sombrío, nadie podría pensar que alguien como él pudiese estar interesado en el dulce corpóreo de oso, tan bueno con los niños y personas mayores.
Beomgyu notó su presencia algo torpe, quizás dos o tres semanas después de que esa rutina se repitiera. Siempre lo encontraba en la misma posición, sentado con su gorro de cowboy negro, con sus largos cabellos rosa adornando sus hombros. Su mirada siempre estaba dirigida hacia su persona, y él, como buen chico atrevido que era, intercambiaban miradas coquetas que siempre eran bien contestadas.
Esa tarde, Gyu se armó de valor para poder entablar una conversación.
A diferencia de los días laborales normales, Choi pidió el día libre del traje de corpóreo pardo. Vestía un crop top blanco, una chaqueta de blue jean y pantalones del mismo material.
