Creía que sabía quién era hasta que conocí luces distintas en días dorados, suaves, lentos sobre mi carne. Dilatados ahora en mi memoria con la amargura de observarlos desde esta distancia insalvable, con la placidez de saber que los he vivido. No sé quién soy, pero ojalá, desde hoy, aprender a convertirme en los atardeceres que añoro.
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