Podrías jurar que cada palabra salida de sus labios era mentira, ella era la manipuladora por excelencia, todo su cuerpo era capaz de manejarte a su antojo, a su vulgar antojo. Caías rendida ante su mirar, ante su tacto, sus gestos; te habías prometido, habías jurado por tus huesos que jamás te volvería a tocar, que jamás dejarías que la imbécil que descansa entre tus piernas pusiera un dedo sobre ti.