Cojo la pequeña navaja de mi padre que guardo en el primer cajón de la mesita de noche. La abro y le apunto con ella. -Márchate. Se empieza a reir mientras lentamente se va hacercando a mí. Cuando estamos a escasos centímetros me susurra al oido: -Venga, mátame. Yo ya estoy muerto.