Sus ojos, su piel, sus labios... Todo de él me hipnotizaba. Sabía que no era como los otros, pero no hice caso a las pequeñas advertencias que me dejaba por el camino, hasta que vi esos dientes afilados y sus ojos rojos hinchados de sangre y me convenció. Él era un vampiro. Un vampiro con el que no me importaría pasar mi vida entera.