En septiembre del año pasado, tras acabar "La Perfidia de la Sarracenia" quería renunciar a la escritura. Mi estilo es bastante único, mis tipos de temas no son los más fáciles de vender y mi nicho de lectores es pequeño. Además, no tengo ganas de unirme a la ola de propaganda constante en redes sociales. No soy un autor para publicar best-seller y no tengo ganas de portarme como tal.
De ese pensamiento bajó una serie de días de autosabotaje, odio, estrés y una autocrítica tan destructiva que agradezco no haber bajado todos mis trabajos en el impulso. Hasta hace unos días ni pensaba en volver a publicar otra letra en el internet. En general, no pensaba volver a poner una letra detrás de otra. Punto.
Sin embargo, la introspección también me llevó a buscar talleres, clubes de lecturas, salir más, leer más, buscarme otros hobbies. Y, tras reflexionar estos meses, me he dado cuenta que he estado aproximándome a la escritura con la mirada equivocada.
Nunca empecé a escribir para los demás. Empecé a escribir por mí, porque me gustaba, porque me es necesario para no enloquecer. No para hacerme famosa, no para vender miles de copias ni para ser recordada por varias generaciones. Ni siquiera me imaginé viviendo de esto. Fue para compartir mi visión del mundo y era feliz con un solo lector.
En cuanto volví la escritura un instrumento para complacer a los demás, perdí mi propio foco en mi arte y el resultado de eso han sido historias que no reconozco como mías. Las he curado para otros y su juicio, cuando yo misma las querría distintas.
No dejaré de escribir, ya lo he decidido, pero volveré a mi origen. No volveré a autocensurarme ni a autoexigirme cumplir fechas. Si no te gusta, fantástico. Si me publican, bien, sino, da lo mismo. Voy a morirme algún día de todas maneras y sea ataúd de oro o de madera da igual.
Escribiré hasta satisfacerme a mí misma. Si quieren leerlo, bienvenido. Y sino, ya da igual.
