Últimamente me he dado cuenta que tan solo uno es capaz de odiar a quien no conocido lo suficientemente bien: incluso en el fondo del corazón más frío, áspero y cruel somos capaces de hallar los sedimentos de una humanidad. Algunos de nosotros, como yo, tenemos corazones herméticos que serían análogamente una delgada tela cocida por las manos del tiempo y otros tienen corazones muy duros, como de hierro, cobre, un metal pesado que es capaz de conducir cualquier calor y frialdad de su corazón con la misma facilidad con la que uno respira y en nuestro caso, es muy difícil intuir que hay detrás de aquella delgada tela así que algunos se dejan seducir por la frialdad de aquel caparazón de hilo y sentencian en nosotros sus propios prejucios que son su maldad. Otra nota que apuntar, otro darme cuenta fue la vez que descubrí que era malo porque me di cuenta que cada moral tiene un punto ciego, algunos lo tienen más pronunciado, otros engloban una perspectiva más amplia pero todos terminamos por cometer el mal justo donde somos incapaces de reconocerlo como mal; y ese es el punto, que no hay pecador más grande que el que no reconoce sus pecados porque el no está dispuesto a transmigrar a diferentes planos de consciencia que le hagan cuestionarse su propia visión del mundo de manera que ellos tomen consciencia del mal que cometen.