N. R.

Nadie lo sabe, pero me encanta que me llamen Nanna.

Me perdí por mucho tiempo, estaba en duelo; mi confidente y amante decidió suicidarse. La llamé muchas veces, cada noche le lloré y traté de mantenerla a mi lado con cada poema, pero de mi pasión por la escritura solo quedaban recuerdos. 

Fue mi primera muerte, como dicen algunos poetas. 

Ahora solo quedan notas donde le menciono lo tanto que la extraño, lo arrepentida que estoy y lo tanto que la amo. 
Pero ella solo me dijo entre susurros que espera que puedan perdonarla y que, si fuera por ella, habría hecho de mí una mejor persona. 

Adiós, quienquiera que esté leyendo esto. Espero puedas cumplir su última petición, por ella, por nosotras. 
Nanna.