La mentira ya no existe

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24. La mentira ya no existe

Quinn tenía muy claro una sola cosa, que el resultado de su plan para deshacerse de tía Sue solo debía perjudicarla a ella. Por esa razón le había dado vueltas al tema prácticamente desde que su más desagradable pariente había puesto un pie en la Granja. Pero como le había dicho a Rachel, necesitaba la cooperación de todos para hacer lo que había planeado más creíble. De todas formas, eso es algo que llevaría a cabo al día siguiente, y hoy era sábado, un poco pasado del medio día. Toda su familia estaba sentada alrededor de la mesa para degustar el cocido de Susan, y para hacer el momento aun más agradable, Sue se había enclaustrado en su habitación para evitar cometer un doble asesinato después de la desagradable broma de los gemelos en la cual incluyeron a Lord Tubbington. Todo era tan favorable, que Quinn pensó que escribiría ese día en rojo en el calendario para recordarlo siempre. Cuando apareció en la cocina con Rachel, las miradas expectantes de Santana, Brittany y Susan se centraron en la pareja, el resto no parecía darse cuenta de nada. Por ello Quinn carraspeó lo suficientemente alto como para conseguir que todos, sin excepciones, volcaran su atención en ellas. Rachel esbozaba una sonrisa tan abierta que Brittany y Santana se miraron comprendiendo todo. Una vez que los ojos de los demás estuvieron fijos en ellas, Quinn habló con una asombrosa tranquilidad.

—Creo que deben saber algo. Ya no es necesario seguir con la mentira, al menos delante de Rachel.

Algunos fruncieron los ceños contrariados, otros abrieron la boca atónitos y la mayoría sonrió al entender que la joven ya era conocedora de todo y que al parecer lo había aceptado mejor de lo que pensaban o hubieran imaginado. Sin dar más explicación que esa, Quinn y Rachel ocuparon sus lugares en la mesa. Susan se acercó a ellas y tras servirles la comida, añadió en voz baja.

—Me alegro muchísimo por ustedes.

Rachel le sonrió y Quinn le guiñó un ojo. La mujer fue sirviendo la comida al resto de sus hijos mientras en la mesa se guardaba un extraño silencio que nada tenía que ver con los de días anteriores. Era un silencio necesario en el cual cada quien reflexionaba sobre lo que había pasado aquel verano hasta llegar a ese punto en el que se encontraban ahora, y que solo podía empañarlo la presencia innecesaria de Sue, que a todas luces era o siempre había sido prescindible. En la mente de todos estaba tía Sue. Luego aumentaron las murmuraciones y finalmente la mesa de la cocina de los Pierce volvió a ser como siempre, una alegre y alborotada mezcla de voces femeninas, masculinas e infantiles que reían, y charlaban sin importarle lo más mínimo quien se desesperaba en el piso superior.

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Sue odiaba a los gemelos Pierce, era algo que no podía evitar. Desde el nacimiento de esos dos endiablados muchachos, siempre había tenido problemas con ellos. En un principio Quinn también había resultado bastante fastidiosa, pero con el tiempo la joven maduró alcanzando el perdón y la opción a nuevas oportunidades de no salir de su famosa lista. Sin embargo, Sam y Ryder habían desaparecido de ella por completo. Caminaba de un lado a otro intentando recuperar la calma que los dos jóvenes le habían hecho perder en solo unos segundos. Si no fuera porque Susan era su prima favorita abandonaría en aquel mismo momento la casa sin importarle la boda de Quinn, pero no podía hacerle aquel desaire a la mujer, a fin de cuentas ella no era la culpable de haber engendrado a un par de monstruos dispuestos a fastidiarle la vida en cuanto veían la posibilidad de ello. Intentó recomponerse, pero había decidido que no bajaría a almorzar, al menos mientras ellos estuvieran sentados a la mesa.

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Para Tina no era fácil tragarse el trozo de pescado que llevaba un rato masticando. A un lado su padre, engullendo como un loco. Al otro lado Mike, comiendo casi con la misma desgana que ella. Era casi imposible no mirarlo, no observarlo con atención. Era difícil apartar sus ojos del rostro de él, no podía dejar de seguir el perfil de su estilizada nariz, y dibujar el contorno de los labios de aquel joven. Los mismos labios que había sentido y probado, y que en ese momento la llenaba de dudas. Mike entreabrió la boca para dejar pasar por ella otro trozo de su comida. Tina suspiró, iba a ser una misión casi imposible no volver a caer en la tentación de acercarse a él con intenciones poco decorosas, pero al menos lo iba a intentar. El almuerzo terminó casi como había comenzado, en silencio. Entre los tres recogieron la mesa. El Señor Cohen se tumbó en el sofá, con el mando a distancia del televisor en una mano para buscar su programa favorito. Ese que probablemente en toda Estados Unidos solo veía él. Mike subió al desván, casi sin haber abierto la boca en toda la mañana. Tina se contuvo de seguirlo tan pronto para continuar con la sesión de pintura, y en vez de eso sacó la tetera y preparó un poco de té. Mientras el olor de la excitante bebida comenzaba a adueñarse de la casa, ella seguía con la cabeza a punto de estallarle. Una vez que el té estuvo listo, llenó tres tazas. Dejó una sobre la mesa baja del salón justo frente a su padre, que le sonrió agradecido, y luego con las otras dos subió con cautela para no derramar nada hacia el desván de Mike. La puerta no estaba cerrada, así que solo tuvo que empujarla un poco con el pie y se abrió fácilmente. Mike se encontraba detrás del lienzo contemplándolo con atención. La muchacha se acercó a él sin hacer intención de mirar el cuadro y le ofreció la taza de té. Mike la agarró con delicadeza y le regaló una sonrisa de agradecimiento que logró alterar un poco el pulso, siempre firme, de Tina. Luego, en silencio y casi sin mirarse, ambos bebieron el contenido de las tazas, lentamente, dejándose envolver por la sensación agradable de aquella infusión. Mike fue el primero en acabarla, y dejándola sobre el suelo, dijo al fin.

La novia de QuinnWhere stories live. Discover now