VIII. Guerra

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De pronto todo lo que antes reconocía en un instante se volvió indistinguible. Era incapaz de concebirla así. El fénix que resurgió entre el polvo que resultaba de la desdicha.

—AJ Padilla

—El archiduque Francisco Fernando de Austria.

El profesor asiente complacido mientras que Riley se regocija satisfactoriamente sobre su pupitre. Alza el mentón con superioridad y aunque no debería, se pavonea con cierto cinismo perceptible.

Traza una raya delgada sobre su cuaderno. Lleva siete, correspondientes a sus participaciones del día. No lo había notado hasta entonces; quizá se volvió demasiado narcisista, un pelín obsesivo-compulsiva.

—No sé cómo te la has librado —comenta Lucas una vez que termina la clase —que yo he leído hasta pasada la media noche y no se me ha quedado ni un nombre. Ni qué decir de álgebra, estoy seguro de que el señor González está ansiando mandarme a extraordinario.

La susodicha mordió inconscientemente su labio, una clara señal de culpabilidad. Oh Lucas ¡si tan solo supieras! Pensó de inmediato cuando el fugaz recuerdo de su delito arribó su mente. Un escalofrío le recorrió el cuerpo entero, pues cada vez que estaba remotamente cerca del asunto, que fue como decidió llamarlo para no darle más vueltas de lo estrictamente necesario, le invadían unos nervios de poca madre.

Era como si de alguna manera llevase inscrito sobre el rostro la palabra fraude con plumón indeleble. ¿Él lo vería? Se cuestionó ¿Sería capaz de descubrir su más oscuro secreto? Y de ser así ¿cómo justificaría una actitud tan aberrante?

Apartó velozmente el torbellino de pensamientos que comenzaban a arremolinarse en su cabeza, después de todo, era imposible que Lucas se diera por enterado. En ese preciso instante, tras echar una mirada discreta de reojo, se percató de que su buen amigo vaquero llevaba una actual disputa con la clave del casillero, ajeno a su combate interno. E iba perdiéndole.

—¡Qué va! He corrido con suerte.

Lucas detiene su pelea y la mira directamente —Menuda achulada. Ojalá ya pudiera yo ser así de afortunado.

Luego de unos segundos más al fin logra abrir la taquilla.

—De cualquier forma ¿podemos repasar algo de mates antes del parcial? —suplica —el viernes es el primer torneo y no quiero que me suspendan por un examen no aprobado.

Riley finge pensárselo —¿te mola por las once?

—¿De la noche? —sus ojos parecen salírsele de las órbitas —estás jugando, ¿no? —Riley comprime el rostro —joder, no estás haciéndolo.

—Tengo pruebas con las animadoras hasta tarde y luego de eso está jardinería. Al parecer tenemos un gran evento —remarca con sarcasmo —el viernes.

—Olvídalo —resuelve —reprobaré. Espero puedas cargar con esa culpa.

La castaña posiciona una mano sobre su pecho de manera dramática. —Lo intentaré.

Sus ojos se desvían hacia un joven que da vuelta sobre la esquina. Su cabello negruzco ha crecido en el verano, ahora lo amarra en una coleta baja. Atusa la mirada. El hecho, ha de admitir, le pone la piel de gallina. No sabía por qué tenía la impresión de verle por todos sitios, a cada lugar al que iba. Si fuese un poco más paranoica; advertiría que la estaba siguiendo.

Rompió el contacto y carraspeó su garganta.

—Voy tarde a ciencias —anuncia a su compañero —te veo en el almuerzo.

LOVE- Girls Meets WorldDonde viven las historias. Descúbrelo ahora