𝒱𝑒𝒾𝓃𝓉𝒾𝑜𝒸𝒽𝑜

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ℌ𝔞𝔤𝔯𝔦𝔡

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Omnisciente

Los tres se fueron a la cama a la hora habitual. Dakota se soltó el cabello, lo sacudió para que recobrara su forma habitual, y se cambió el uniforme. Esperó sentada en la cama de Hermione a que pasaran unas horas para estar segura de que la Sala Común estuviera vacía. Jugó un poco con su anillo en su dedo anular izquierdo, se lo quitó y lo dejó sobre la cama de Hermione. Finalmente, se levantó y bajo. Se sentó en una butaca a esperar a sus dos amigos. Harry y Ron esperaron a que Neville, Dean y Seamus hubieran dejado de hablar sobre la Cámara de los Secretos y se durmieran, y entonces se levantaron, volvieron a vestirse, bajaron, se reunieron con Dakota y se cubrieron con la capa.

El recorrido por los corredores oscuros del castillo no fue en absoluto agradable. Dakota, que ya en ocasiones anteriores había caminado por allí de noche, no lo había visto nunca, después de la puesta del sol, tan lleno de gente: profesores, prefectos y fantasmas circulaban por los corredores en parejas, buscando cualquier detalle sospechoso. Como, a pesar de llevar la capa invisible, hacían el mismo ruido de siempre, hubo un instante especialmente tenso cuando Ron se dio un golpe en un dedo del pie, y estaban muy cerca del lugar en que Snape montaba guardia. Afortunadamente, Snape estornudó en el momento preciso en que Ron gritó. Cuando finalmente alcanzaron la puerta principal de roble y la abrieron con cuidado, suspiraron aliviados.

Era una noche clara y estrellada. Avanzaron con rapidez guiándose por la luz de las ventanas de la cabaña de Hagrid, y no se desprendieron de la capa hasta que hubieron llegado ante la puerta.

Unos segundos después de llamar, Hagrid les abrió. Les apuntaba con una ballesta, y Fang, el perro jabalinero, ladraba furiosamente detrás de él.

—¡Ah! —dijo, bajando el arma y mirándolos—. ¿Qué hacen aquí los tres?

—¿Para qué es eso? —preguntó Harry, señalando la ballesta al entrar.

—Nada, nada... —susurró Hagrid—. Estaba esperando... No importa...Siéntense, prepararé té.

Parecía que apenas sabía lo que hacía. Casi apagó el fuego al derramar agua de la tetera metálica, y luego rompió la de cerámica de puros nervios al golpearla con la mano.

—¿Estás bien, Hagrid? —dijo Harry—. ¿Has oído lo de Hermione?

—¡Ah, sí, claro que lo he oído! —dijo Hagrid con la voz entrecortada.

Miró por la ventana, nervioso. Les sirvió sendas jarritas llenas sólo de agua hirviendo (se le había olvidado poner las bolsitas de té). Cuando les estaba poniendo en un plato un trozo de pastel de frutas, aporrearon la puerta.

Se le cayó el pastel. Harry, Ron y Dakota intercambiaron miradas de pánico, se echaron encima la capa para hacerse invisibles y se retiraron a un rincón oculto. Tras asegurarse de que no se les veía, Hagrid tomó la ballesta y fue otra vez a abrir la puerta.

𝒯𝒽𝑒 𝒷𝑒𝑔𝒾𝓃𝓃𝒾𝓃𝑔 𝑜𝒻 𝒟𝒶𝓀𝑜𝓉𝒶Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt