Se acercó con cuidado al caballo, el cual parecía ser agresivo y nervioso. Giró para evitar las patas delanteras y colgó su bolsa con precaución en uno de los costados de la silla. Casi tropieza con la pastura al retroceder, por lo menos el animal estaba atado, aunque Dwyer podía jurar que resoplaba divertido por su reacción.
Abel había guardado un par de armas en su cinturón, en sus botas, también una espada larga en su espalda, así como dagas en las bolsas colgadas a los lados de la silla. Él no había dicho nada desde que abandonaron la torre, simplemente hizo un camino de fuego con las antorchas para que pudieran ir al lugar donde descansaba su caballo, el cual, para sorpresa de Dwyer, no estaba ansioso con toda la niebla, pareciera que estaba acostumbrado a esa clase de horrores.
Ella no logró escuchar nada, pero Abel levantó la cabeza en un modo alerta, después de mirar un punto en la oscuridad, volvió a lo que hacía sin molestarse en explicar nada.
La sanadora trató de ver en esa dirección, le fue imposible distinguir algo, hasta que Adam comenzó a caminar en dirección a la luz de las antorchas, su cabello rubio y revuelto, brillando como si se tratara de fuego dorado.
― ¿Conoces esa raíz?― preguntó el asesino.
Ella se dio cuenta de que en su mano cargaba un pedazo de pergamino, además de un trozo de carbón.
De pronto, Abel había encontrado muy entretenido el acariciar a su caballo negro, susurrando palabras de calma y aliento. Aunque a Dwyer le pareció percibir que sonreía con burla contra el pelaje oscuro del animal.
―Lo hago― respondió Dwyer después de un momento.
―Entonces dibuja― dijo Adam, ofreciéndole el pergamino y el carbón―. Cuida los detalles, tanto de la flor como de la raíz. Abel podrá encontrarla con eso. De esta forma no tienes que ir a Virum.
Dwyer sintió una terrible necesidad de reír ¿Él pensaba que su viaje a Virum era por placer?
Ella comenzó a negar.
―No es tan sencillo― explicó― ¿Sabes cómo huele el azufre?― preguntó la pelirroja a Abel.
El guerrero se detuvo de pasar la mano por el pelaje de su caballo.
― ¿A fuego?― contestó confundido, sus cejas oscuras elevándose interrogantes.
―No se trata de cómo se ven las plantas― explicó Dwyer a Adam―. Es como huelen.
¿Cómo podía explicarle? Desde que era pequeña, ella podía distinguir los olores de las plantas del pantano, y así aprendía para que funcionaban, como utilizarlas. También el simple olor de la sangre era diferente en cada persona. No era posible explicarlo sin que la acusaran nuevamente de brujería.
Ambos hermanos fruncieron el ceño, y solamente así, Dwyer apreciaba el parecido entre ellos, con sus facciones afiladas, los ojos grandes y la cabeza un poco ladeada a la derecha.
―Estamos perdiendo el tiempo― dijo por fin Abel, rompiendo el hechizo, volviendo a su seriedad de costumbre―. Mientras tus estas aquí preocupado por algo que aún no sucede, Marion sufre.
Adam no respondió al reclamo de su hermano, simplemente bajó la mano que ofrecía el pergamino.
Dwyer subió al caballo, sintiéndose orgullosa porque este no trató de moverse, y porque pudo hacerlo sin ayuda. Colocó la capucha sobre su cabello. Unos minutos después, Abel subió detrás de ella, podía sentir el calor irradiar del guerrero ¿Cómo era posible que a pesar de la neblina que parecía tragarse la vida, Abel aun conservara esa temperatura?

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El Último Oráculo
FantasyUn poderoso reino. Dos experimentados asesinos. Tres leyendas para niños. Cuatro reyes que luchan por un mundo. Cinco diferentes criaturas. Seis guerreros de Élite. Siete elementos del destino. Ocho hijos que quieren un trono. Nueve décadas de...